Los científicos son básicamente unos majapapas. Se pasan todo el día anunciando cosas absolutamente incomprensibles. Que si hay una estrella lejana que se está conviertendo en un agujero negro, que si han descubierto al bosón de un tal Higgs (que lo que nos importan a nosotros los bosones de ese señor) o que ahora resulta que hay agua en Marte que fíjate tú qué cosa: si tienes agua en el grifo para que querrías ir a Marte.

En fin. Que cuando no están ocupados en anunciarnos estas cosas realmente inútiles, en vez de ocuparse en encontrar una solución para la alopecia, una cura para el cáncer o la solución al cambio climático, por citar tres cosas importantes, a lo que se dedican es a jodernos la vida con noticias escalofriantes. Ahora afirman que la carne roja es cancerígena.

Claro que si uno lo analiza con cierta perspectiva, en determinadas ocasiones se han planteado asuntos similares. El pescado azul fue durante una época un proscrito, como si fuera el concejal de Urbanismo de los peces, dañino y pernicioso para el cuerpo humano. Y luego resultó que era el mejor complemento para la dieta, porque antes de que llegase el Danacol ya se encargaba de regular el maldito colesterol ese que nos tupe las arterias.

Alguna religión, como la musulmana, prohíbe comer carne de cerdo. Según algunos porque antiguamente era portadora de muchas enfermedades. En la India parece que ya sabían lo de carne roja antes de que los científicos se cayeran del guindo, porque a la que te acerques a una vaca sagrada con un cuchillo en la mano te despellejan a tí. Y la Iglesia católica siempre ha hablado de "los pecados de la carne", lo cual que sin duda debe ser una alusión a la carne roja, porque ya se sabe que la Iglesia y los rojos nunca se han llevado bien.

Es verdad que el Vaticano con esa mentalidad de cajero de supermercado que siempre ha tenido, inventó el tema de las bulas. Es decir, que los ricos podían hartarse de comer carne en los días prohibidos, a cambio de un estipendio que iba a parar al bolsillo de los curas. Ahí ya se ve que a la Iglesia, probablemente, le interesaba velar por los pobres y que el cáncer le cayera encima a los millonarios. Qué elevado interés.

En Canarias no debe cundir la alarma. Estamos a salvo de los fatídicos efectos cancerígenos de la carne roja. Primero porque después de ocho años de crisis y del proceso de ordeñe a que nos han sometido las subidas de impuestos, poca gente hay que se pueda permitir comer carne todos los días. Sólo los ricos y que se jodan. Y en segundo lugar, porque aún cuando salgamos de la crisis, para algo tenemos el REA, el Reglamento Especial Anticancerígeno, que consigue que en las Islas comer carne, roja, verde o amarilla, sea para algunos un asunto prohibitivo. Aquí somos más de pollo. Debe ser por eso que los canarios somos bastante pollabobas.