Antaño, esta expresión era la habitual entre comunidades de vecinos, agrupados en el intrincado trazado de sus callejuelas, desprovistas de las más elementales normas higiénicas, como lo es la evacuación de las llamadas aguas negras. De este modo, este grito de advertencia era premonitorio de un lanzamiento de residuos orgánicos en los que figuraba como plato fuerte los evacuados por los intestinos y riñones de sus habitantes. Con lo cual, el trazado urbano de las poblaciones sería un infierno de desechos malolientes, donde las ratas hacían su agosto y los transeúntes podían acabar empapados, si eran duros de oído o poco ágiles a la hora de esquivar el caudal arrojado desde puertas o ventanas. Invito a los lectores a fijarse en algunas escenas de las series o películas de carácter histórico, para comparar la diferencia entre el modo de vida de entonces con el actual, al menos en lo que respecta a higiene y salubridad.

Estando como estamos recién salidos de la última borrasca, hablaremos de la pureza de esas otras aguas, que salidas del vientre de las nubes han acertado, como un arquero errático, a clavar sus flechas en la diana del municipio grancanario de Telde, Del balance de lo visto a través de los medios audiovisuales, se ha calculado una valoración, en principio, que se acerca a los 20 millones de euros, aunque sólo estamos evaluando las pérdidas públicas urbanas, que no las privadas, siendo estas últimas de más difícil resarcimiento, dado que afectan directamente al patrimonio personal y a la propia herramienta de trabajo, como es el caso de los vehículos siniestrados. Con todo, las aguas que se han podido captar, servirán de paliativo a las reservas acuíferas destinadas a uso común o al mantenimiento de la agricultura. Una previsión que, por razones históricas, se ha tenido en cuenta en Tamarán, con la construcción de múltiples embalses, que se colmarán para su aprovechamiento. Una diferencia notable respecto a Tenerife, donde aparte del plan de balsas, que no dejan de ser charcas sobredimensionadas, la iniciativa pública ha marrado estrepitosamente en dos ocasiones (Los Campitos y el Río de Arico), como si la porosidad del terreno en donde se erigieron fuera sensiblemente diferente a la de los suelos de la otra isla co-capitalina. Una maldición que ha motivado aquí la carencia de cavidades artificiales para contener el desperdicio que la lluvia inesperada reconduce a los barrancos para morir inútilmente en la mar.

Me viene a la mente el proyecto de aprovechamiento hidráulico que, al rebufo del herreño de Gorona del Viento, ya se está gestando para la acción combinada de las presas de Chira y Soria, que aspira, en principio, de conseguir hasta un 60% de energías limpias para el consumo eléctrico. Una opción de futuro inmediato para prescindir de forma paulatina de los combustibles fósiles, tan necesarios como contaminantes y onerosos, en un territorio escaso y limitado como el nuestro. El más alejado del país que no recibe nunca un trato igualitario de los gobiernos de turno, sino que acrecientan la deuda en inversiones públicas no realizadas y proyectos eficaces, que no pasan de los trámites burocráticos en las intrincadas barreras administrativas del Estado. Por eso suscribo las siete razones de Carlos Alonso respecto a la defensa de Tenerife y de Canarias, para que seamos esa mosca cojonera incrustada en el bajo vientre de los devaluados, a nuestros ojos, partidos estatales, cuyo único argumento, al grito de ¡agua va!, ha sido la de sembrar la polémica pleitista para diseminar la necesaria unión para defender nuestros intereses; dicho sea ahora por Román Rodríguez y su escisión de la unidad nacionalista en aras de un protagonismo estéril, que hace dudar de a quién o qué se pretende defender.

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