Hace algún tiempo decidí dejar de colocar pedestales repletos de gente y atender más a los hechos reales de esa misma gente y a mis propios hechos. En lo que hacemos y cómo lo hacemos seguramente quedamos retratados de una forma más fiel, más fidedigna, que cuando vamos diciendo esto o aquello.

Doy por sentado que a todos nos siguen las sombras de las incoherencias y las contradicciones. El cambio de los acontecimientos y de las cosas que pasan alrededor te empuja, quieras o no, a posiciones nuevas, desconocidas tal vez, y distintas. En algún caso, radicalmente distintas. Y esos cambios, esas transformaciones que nos van acompañando, nos moldean en buena medida, creo yo. Nos rehacen de alguna forma. Y entonces, donde dije digo, digo diego. Cada vez me convenzo más de que la vida misma te resitúa una y otra vez. Y que lo sensato, es estar abiertos a esos cambios. Y que el desafío es crecer y sacar algo bueno.

Siempre que pienso en esto recuerdo la entrevista que leí a Mario Bunge, el filósofo y científico argentino que fue Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y Comunicación en 1982. Alguna vez la he comentado. Con 95 años publicó sus memorias y el periodista lo describía como alguien con enorme lucidez y cuya vida sosegada le había permitido resumir su pensamiento. De aquella respuesta que argumentaba con algún detalle, la idea esencial era que había "cambiado bastante de pensamiento". Esto, que tal y como yo lo veo, requiere flexibilidad y probablemente toneladas de humildad, me resulta más natural que aferrarse a posiciones inamovibles mientras los hechos nos van quitando razones. Pero no me parece que esto sea incoherencia o contradicción. Más bien evolución, adaptación, si es que ese pensamiento nos hace mejores.

Sin embargo, retomando el primer párrafo, yo diría que el verdadero reto es el de enlazar el discurso con la forma de actuar. Y que sea esa forma de "estar" la que en realidad dé cuenta de quiénes somos.

Albert Mehrabian es un psicólogo que tiene muy estudiado, incluso con porcentajes, la importancia que tiene en la comunicación de emociones el lenguaje de las palabras habladas y también el lenguaje que no es verbal. O sea, ese lenguaje que tiene más que ver con nuestros gestos, nuestro tono de voz o nuestros silencios. En definitiva, con nuestro cuerpo. Según su investigación, el lenguaje verbal apenas influye un 7% en la comunicación. La entonación o el ritmo que utilizamos tienen más importancia, un 38%. Y el lenguaje corporal es lo que más determinaría el mensaje de lo que queremos decir y le concede una influencia del 55%. Pero lo que más me llamó la atención de este estudio del que puedes encontrar muchísimo escrito, fue leer que la importancia de los elementos no verbales sobre los verbales aumenta si existen incongruencias entre ellos. Es decir, que si estamos viendo y escuchando a alguien pronunciarse sobre algo y nuestro cerebro detecta desacuerdo entre las palabras que dice y su cuerpo, tendemos a creer al cuerpo. Es como si buscáramos que los hechos confirmen las palabras.

En las redes sociales alguna vez he leído a quienes se quejan de personas que en el mundo virtual se muestran entendidas sobre actitudes o comportamientos que luego no son capaces de practicar. Hay una expresión popular que me recuerda esto: "mucho dices, dices, y poco haces, haces". Supongo que se trata de pilotar entre nuestras coherencias y nuestras contradicciones, nuestras incoherencias y nuestras evoluciones. Y de que al estrecharnos la mano en el mundo de los hechos nos encuentren lo más parecido posible a la persona que oyeron hablar.

@rociocelisr

cuentasconmipalabra.com