Ningún tiempo pasado fue mejor, pero a veces pasaron buenas cosas. Recuerdo cuando este periódico, EL DÍA, tuvo a bien pagarme el primer sueldo serio de mi vida: 8000 pesetas. Me lo dieron en mano (no sé si Manolo o Carmen, o don José de la Riva, o don José Rodríguez Ramírez) en uno de aquellos sobres marrón. Entonces era verano y yo llevaba una camisa de manda corta, con bolsillos. Guardé el sobre en un bolsillo y me fui a celebrarlo a la Cervecería Dorada de Paco Borges con mi amigo Antonio Cos. Entre Dorada y Dorada el dichoso sobre debió caerse al suelo. Así desapareció mi primer sueldo como periodista. Vaya por Dios, hubiera dicho mi madre, pero no se lo conté: me dio vergüenza.

Pero igual que Dios castiga sin piedra ni palo, también compensa. Al día siguiente, en medio de la resaca de cerveza y decepción, me llamó don Juan Cas, el director general de la Caja de Ahorros. Era un hombre benemérito para la cultura (como lo serían sus sucesores, Quintín Padrón, Álvaro Arbelo) y un gran amigo de los supervivientes de la República, Domingo Pérez Minik, Eduardo Westerdahl, Arístides Ferrer, Pedro García Cabrera... Con ellos urdió la resurrección del premio de novela Benito Pérez Armas y protagonizó, en la sombra, la ayuda a muchos artistas e intelectuales de entonces; gracias a él, sobre todo, Santa Cruz de Tenerife comenzó a vivir una posibilidad de esplendor que en esa época parecía repetir la esperanza de otras épocas, antes de la dictadura.

Pues don Juan me llamó para hacerme un encargo: un texto por el que la Caja me pagaría determinada suma de dinero. Le pregunté cuánto me iban a pagar, no porque ni antes ni después el dinero fuera la gasolina para ponerme a escribir, sino porque en ese instante precisamente me hallaba en estado de extrema necesidad. Don Juan, al teléfono, me dijo: "8.000 pesetas". Para siempre quedó esa cantidad, que compensaba la pérdida, como una expresión no dicha de mi gratitud simbólica hacia este hombre que no sé si tiene calle o plaza en Santa Cruz, pero que en mi recuerdo tiene (y no porque me haya salvado de la ruina) la gratitud por lo que hizo por el mundo en el que vivíamos.

Una de las cosas que hizo, precisamente, fue rescatar el premio Benito Pérez Armas. En la resurrección, una novela excelente de Alfonso García-Ramos, "Guad", marcó una época de la literatura canaria, y de su autor, un periodista inolvidable: era facundo y alegre en pandilla, pero en lo hondo de su corazón habitaba un poeta herido, una gran persona. Luego el premio fue marcando también a la generación que siguió a la de Alfonso, hasta llegar a nuestros días. En una de esas, el ventarrón de la historia de nuestras particulares inquinas hizo que la celebración de esa cierta revitalización de la narrativa insular (García-Ramos decía que nosotros sólo servíamos para poetas) se convirtiera en una triquiñuela triste tan solo para decir que ni para narrar servíamos...

Pero ese es otro cantar. Lo cierto es que ese premio ha dado muchos nombres propios y otras tantas esperanzas literarias entre nosotros. Pero ni nosotros (los que estamos en las Islas, como se demostró en ese acto de no-celebración) hemos sido lo suficientemente generosos para apoyarnos dentro. Uno de los componentes del jurado de este año (que fue ampliado, y que presidió sin voto Alberto Delgado, director de la fundación cultural de la Caja; estábamos Cecilia Domínguez Luis, Juan Manuel García Ramos, Nilo Palenzuela, Juan José Delgado y quien escribe) expresó su desconsuelo por la poca repercusión peninsular que tiene el Pérez Armas. ¡Si ni siquiera entre nosotros se la damos!, pensé. Y sí, tendríamos que recuperar la generosidad en la que crecimos, tendríamos que exigírnosla y tendríamos también que reclamarla. Demasiado tiempo la sociedad literaria se ha estado mirando el ombligo, esperando que el otro falle o que no exista; es en las Islas donde primero debe prosperar la hierba, pero si la siegan cuando está naciendo...

Por cierto, en la reunión del jurado nos entregó Alberto la preciosa edición del penúltimo premio, que correspondió a Víctor Álamo por "Todas las personas que mueren de amor". Y fallamos a favor de una novela deslumbrante y dura de Sergio Barreto, un joven lagunero, titulada "Vs". La edición de Álamo es de Salto de Página. Ojalá el premio siga por esa vía, es una edición preciosa de un buen libro, el Pérez Armas se lo merece, también por la memoria de don Juan Cas, el hombre que de un día para otro me salvó de la ruina sin saber lo que hacía.