El poeta español Miguel Hernández captó la esencia del existir en un poema excepcional: "Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor". Pero si hubiera que referirse al vivir en sociedad, resultaría fundamental destacar la gran importancia del cuidado y de la convivencia.

En el libro "El cuidado: un imperativo para la Bioética", Marta López Alonso aborda el hondo contenido del cuidado como categoría fundamental de la vida humana, que no se reduce al "unilateralismo feminista y clínico", que lo vincula exclusivamente "al cuidado enfermero, así como al materno-familiar". El cuidado adquiere entonces su verdadera importancia, pues, en definitiva, toda la historia humana será "la suma de cuidados y descuidos sobre el ser humano".

Con profundidad y belleza aparece el núcleo del cuidado en un relato de Asela Verduras de Mata sobre la buganvilla de su casa en Lanzarote: "Todos los días repito el ritual de barrer el porche. Para algunos supone una molestia más de la que ocuparse. Prefieren una superficie embaldosada sin jardín, sin más historias, dicen (...). Pero si no lo barriera daría la impresión de ser un lugar abandonado, un espacio sin habitar, porque no se trata simplemente de ocupar, de desplazar moléculas de aire con nuestra presencia. Nadie que amara ese lugar, que conociera su luz y su sombra, sus sonidos, sus movimientos, sus cambios, soportaría vivirlo con esa falta de complicidad, de cuidado, de atención. Porque, al fin y al cabo, eso es habitar. Por eso, para que sea un lugar habitado, repito con feliz dedicación el ritual cada día".

También, escribe López Alonso: "Afirmamos que el cuidado actualiza el amor y que la virtud de cuidar cuanto más se ejercita más se despliega y, por el contrario, cuanto menos se desarrolla más se atrofia, generando enormes daños en el sujeto que descuida, como en aquellos que lo padecen". Y esta tesis posee un gran calado antropológico: si somos buenos cuidadores, construimos una sociedad de vínculos fuertes; si cuidamos de los demás, acrecentamos nuestra vida moral. Además, el cuidado empieza por uno mismo: leer mucho para poder ser crítico y estar siempre aprendiendo a querer.

Para tratar de la importancia de la convivencia, una jugosa narración de Teresa Campoamor dice más que muchos ensayos: "Cada vez que entro en el súper, oigo unas carcajadas porque es donde hay más alegría de todo el barrio. Y es curioso, las chicas son todas sudamericanas que han dejado atrás a su familia, amigos, sus olores, sabores y el calor de su tierra. Son chicas que están largas horas detrás de una caja, cobrando salarios de miseria y, muchas veces, aguantando a clientes caprichosos".

"Ellos son los chicos, los que hacen los portes. Un ecuatoriano, al que de broma llaman el negro, un rumano rubio de ojos azules que trabaja duro, y en la puerta Koko, mi amigo nigeriano. ("Good morning, profesora" es su saludo de todos los días. Y efectivamente, fui su profesora de español. Lee la Biblia en la puerta y los jueves tiene meditación en su iglesia).

Cuando llega la rumana Kristina, Koko le cede su lugar en la puerta y se va a otro sitio. Me dijo un día: Ella lo necesita más. Y así es. Kristina tiene cinco hijos, y dos son autistas. Los conozco bien puesto que soy la madrina de uno de ellos. Bueno, pues estaba pagando y riéndome con ellos, cuando llega un animal español y le dice al Nigeriano. Sácate el chicle de la boca y aprende a hablar mejor".

Cuidar y convivir, ahí se muestra nuestra talla moral. Y aún más. Como recoge Pablo d´Ors en el libro biográfico "Sendino se muere", la doctora África Sendino afirma que "dejarse ayudar supone un nivel espiritual muy superior al del simple ayudar". De saber convivir, está casi todo tratado en una anécdota de un supermercado.

@ivanciusL