Decía Pablo Milanés que el tiempo es implacable. Que sólo nos deja una huella triste de las cosas que pasaron. Pero el tiempo es como una ola y nuestra memoria colectiva como la arena de una playa en donde se borran las marcas del dolor.

Si no hubiésemos vivido la tragedia del nuevo Superpuma que ha caído a las aguas del Atlántico, tal vez ni hubiésemos vuelto a recordar aquel otro que cayó en marzo del año pasado; esa "chatarra volante" como la ha llamado el padre de una de las cuatro víctimas mortales. En poco más de un año ya cría polvo en la memoria.

Aquel incidente destrozó a las familias y nos conmovió a todos. Soy un absoluto desconocedor de los modernos sistemas de combate de los ejércitos, pero así, a bote pronto, resulta un poco extraño que aquel helicóptero volase a ciegas, sin medios de iluminación propios, acompañado de un avión que le iba tirando bengalas.

El sistema de lanzamiento de bengalas cascó miserablemente. No se pudieron lanzar más y el helicóptero quedó completamente a oscuras en la noche atlántica, momento en el que se interrumpieron las comunicaciones y se perdió el contacto con la aeronave que acabó a más de dos kilómetros de profundidad.

Algún día nos enteraremos de las causas de aquel primer accidente porque de momento (más de un años después) no se conocen las conclusiones de la investigación oficial realizada por el Ejército. El ministro debe tener más información que el resto de los mortales, porque no dudó en señalar que los helicópteros están en perfecto estado y que son muy seguros, pese a que dos se hayan ido ya a freír puñetas en menos de año y medio. Claro que no es lo mismo volar todos los días en un Superpuma que hacerlo una vez para salir en las fotos de la búsqueda de unos chicos desaparecidos. La percepción de la seguridad -seguramente- tal vez sea distinta.

Igual los Superpumas son seguros. Y el ministro tiene razón. Y no se caiga un tercero. Pero es que van dos seguidos. Y estas cosas, a los que no somos expertos, ni ministros, mosquean una barbaridad. Sobre todo porque luego las causas de la investigación no se cierran, se siguen cayendo máquinas mientras aún no hay conclusiones sobre el accidente anterior y todo empieza a ser un poco chapuza.

El tiempo es el mejor aliado de los gobiernos. Y ellos lo saben. Sólo hay que apechugar con las cosas, poner cara de circunstancias y esperar. Esperar pacientemente a que los medios se vayan cansando de algo que ya no da más de sí, que deja de ser noticia. Entonces surge otra cosa. Unas elecciones generales, un conflicto en una carrera de motos, una noticia internacional... y el foco se desplaza. La chatarra del helicóptero seguirá abandonada en una nave donde poca gente le hará caso y la memoria de los que se fueron permanecerá solo en sus seres queridos. El tiempo, el implacable, sólo dejará una huella triste en las hemerotecas, que ni sufren ni tienen alma, pero son más fieles a la memoria.