Entre las frases más celebradas de Felipe González está ésa en la que el hombre se comparaba a sí mismo, después de dejar de ser presidente del Gobierno, con un vetusto jarrón chino, un objeto tan llamativo como absolutamente inservible, más allá de lo decorativo, y que se tiende a dejar aparcado por alguna esquina, para evitar que se rompa, pero también que moleste al paso. La frase tuvo éxito, y hoy es frecuente referirse a los expresidentes como jarrones chinos. Los dos expresidentes socialistas asumieron tal condición de acuerdo con sus particulares capacidades y talentos: Felipe (el señor González) se dedica a liarla cada vez que abre el pico, y Zapatero intenta llamar la atención avisando a los medios de que va a reunirse secretamente con Pablo Iglesias o con su señora madre. Aznar, sin embargo, en los ratos en que no se ha dedicado a venderle asesoramientos diversos al señor Murdoch o negocietes gasísticos a su ex amigo Gadafi (ahora difunto), ha ejercido de jarrón chino incordiante, usando su fundación de estudios -la FAES- como altavoz de la derecha más casposa.

Aquí, en lo local, la mayoría de los expresidentes también se han resistido a asumir su función de jarrón: Saavedra negándose a ejercer de tal y optando a las claras por buscarse el guiso. El hombre siempre se las ha apañado para encontrarse curro. Fernando Fernández, del que ya se habla poco, se enchufó como asesor de la UE o la Unesco o algo así, y se la pasa viajando por todos lados elaborando informes sobre el impacto de la reforestación con palmera datilera de los territorios sagrados de los yanomanis y cosas por el estilo. Olarte y Hermoso andan ya jubilados, aunque Olarte de vez en cuando amenaza con revivir. Y Román Rodríguez está a lo suyo, que es evitar que Antonio Morales lo fagocite. En cuanto a Rivero, aún es pronto para saber cómo afrontará en el día a día lo de haber sido obligado a dejar esa Presidencia en la que se encontraba tan a gusto y feliz, pero seguro que bien no lo lleva. Por eso quiere el hombre volver a ser presidente, aunque sea del Tenerife, que ya son ganas, y mientras se entretiene diciéndole a los suyos lo que hacen mal. El último de sus mensajes lo hizo en las redes, porque ya no tiene los medios tradicionales tan a la mano, y vino a recordarle a Ana Oramas (creo que con cierta satisfacción) que lo tiene crudo en las próximas elecciones, porque el Gobierno canario, al renunciar a la bronca con Madrid, ha dejado a Coalición Canaria sin espacio político. No sólo es una pequeña maldad, también es un curioso reconocimiento de que su propia estrategia de enfrentamiento con el Gobierno Rajoy obedecía a intereses electorales (los suyos) y no al interés de la ciudadanía de las Islas. En fin, que Rivero no va a ser un jarrón chino cualquiera: él opta al título de bernegal en desuso, por eso de ser más nacionalista que nadie. Y también porque un bernegal -a fin de cuentas- no es más que un tonique musgoso en la esquina de un patio.