Es comprensible que cualquier canario con un poco de sentido común tenga hinchado el caviar gomero -que son básicamente huevas de pescado- con la conducta de un Gobierno que ha sido más peninsular que español.

Los últimos cuatros años del anterior Gobierno de Canarias estuvieron marcados por un ácido enfrentamiento con el Ejecutivo de Rajoy. A su favor hay que decir que las medias de choque que se tomaron por el PP, para salvar a un país que estaba en situación de extremaunción, no se tomaron la molestia de discriminar a los dos millones de ciudadanos que viven donde el diablo perdió el rabo. A los canarios nos cayó la del pulpo, con recortes que se llevaron por delante el convenio de carreteras, el de infraestructuras turísticas, los fondos de empleo y la financiación en general de los servicios públicos. No sólo es que nos aplicaran la misma medicina que a todo el mundo, siendo bastante diferentes, sino que nos atornillaron incluso bastante más que al resto.

Desde esa perspectiva es bastante comprensible la indignación del Gobierno de las Islas con la ceguera centralista, insensible con el hecho insular que fue transformado demasiadas veces en desecho. Pero la política es el arte de lo posible. Un buen gobernante no debe dejar que le arrastren las mismas pasiones que nos sacuden a quienes podemos dar rienda suelta a nuestras calenturas en una columna, en una tertulia o en la barra del bar. El resultado práctico de una política de enfrentamiento entre el firringallo de la clase y el grandullón que hace lucha canaria es que probablemente el primero acabe sin dientes y sin el bocadillo.

Durante cuatro años nos las dieron todas, una detrás de la otra. El enfrentamiento entre el chico y el grande no suele acabar como en la canción de Los Sabandeños. A los canarios nos falta fuerza y nos sobran necesidades. Parece bastante razonable que, visto lo visto, el nuevo Gobierno regional intente crear una política distinta de relaciones con un Estado paternal que parecía empeñado en rechazar la patria potestad sobre las Islas.

El expresidente Rivero tiene todo el derecho del mundo a opinar -aunque le hayan llovido chuzos de punta- sobre esa nueva política. Y a equivocarse. Parte de la base de que la referencia del nacionalismo canario es la confrontación con Madrid y que suavizarla descoloca a Coalición y le resta fortaleza electoral. Siendo que la tesis es defendible, le faltan claves. Con Cataluña lanzada al galope hacia la ruptura traumática del Estado, el nicho de la pelea territorial apesta ahora como una sama podrida. Los canarios no son hoy independentistas. Representar a la mayoría de los dos millones de ciudadanos que viven aquí es conseguir inversiones, desarrollo y prosperidad de la manera que sea. Es el nacionalismo pragmático de la vieja burguesía Canarias de toda la vida. El de los puertos francos. Dame pan y llámame tonto. La bronca no ha resultado nada rentable y no hay nada de malo -todo lo contrario- en probar algo nuevo.