Según los estudios sobre el crecimiento vegetativo de la población del Estado español, los mayores de 60 años ya son 9 millones de personas. Además, los mayores de 65 años suponen el 20 por ciento de la población. Ante este panorama que puede ir por un lado u otro, sí se puede decir que una de las alternativas posibles es en manos de quién va a estar el futuro. Estará en las de los gerontes, que dejaran atrás su emboscamiento y comenzaran a dar la cara.

Como cada vez son más numerosos, en pocas décadas los gobiernos de los países estarán ocupados por gente mayor, porque los votos de esta gran mayoría harán que suban al podium del poder.

En cierta manera, se volverá a la epopeya homérica o a las Leyes de Platón y se tendrán en cuenta las virtudes señoriales de los gerontes que constituían los Concejos de Estado o las reglas fundamentales que provienen del mandato de la naturaleza, que dicen que los viejos deben de gobernar a los jóvenes.

Si esto es así, que puede ser, estamos ante la paradójica sociológica donde por el dirigismo de los medios de comunicación se encumbra a la juventud sobre la senectud en el escenario de la política, pero el camino bien pudiera ir por otro lado.

Existe un alarmismo cuando se dice que en un futuro no muy lejano las pensiones estarán comprometidas y que las clases pasivas van a sufrir la detracción de todo lo que durante su vida laboral han pagado a la cuenta del Estado benefactor.

Pero las clases pasivas, y por pura autodefensa, a las que tienen intimidadas y esquilmadas, podrán constituirse en clase poderosa y verdaderamente activa. De lo cual se puede deducir que el futuro de las clases dirigentes dejará de pertenecer a la juventud y será usurpado necesariamente por la gerontocracia.

Así, por lo que se vislumbra, bien pronto la sociedad, los países, estarán guiados por los viejecitos. Meterse con ellos, violentarlos, darles la falsedad de unos mimos estúpidos, traducidos en unas migajas para su pensión, puede suponer una lucha que deje de ser soterrada, oculta y cuya venganza hacia los que los han arrinconado como clase inservible puede ser terrible.

Los gerontes no tendrán contemplaciones con aquellos que han querido construirles un crematorio anticipado y que han prodigado, de una forma solapada y vergonzante, un nuevo modelo de eutanasia social.

No es que se vuelva a los clásicos, los que daban relevancia a la inteligencia y a la experiencia, pero algo si que se está fraguando, cuando los mandatarios jóvenes de lo que presumen y alardean es de imagen, de palabras huecas y de poses estudiadas. Son en parte los que han propiciado el actual desaguisado social.