El término histórico está muy venido a menos, por abuso. Pero es difícil no calificar así lo que hizo ayer la mayoría del Parlamento catalán. Después del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, nadie había desafiado a la democracia española de una manera tan contundente y directa.

Para ese reto, el independentismo catalán ni siquiera ha contado con la mayoría de los votos de los ciudadanos, porque la oposición, con 63 diputados, obtuvo más papeletas que los 72 parlamentarios que apoyaron ayer romper con la Constitución del 78 y dar el primer paso oficial de un enfrentamiento sin retorno. Este no es el "Adiós España", que Maragall dedicaba en la decadencia pesimista de 1898 a una madre que había "desaprendido de entender a sus hijos". No es un adiós cariñoso. Es un vete a freír puñetas.

Ahora empieza todo. Los gallos de Madrid y de Cataluña han dejado de pavonearse y han sacado los espolones. Rajoy ya ha dicho que sólo va a emplear la ley "pero toda la ley" y sólo la democracia "pero toda la fuerza de la democracia". ¿Y eso qué es? Literatura. Porque el imperio de la ley y de la democracia se sustenta en la fuerza.

Les digan lo que les digan, esto va a terminar así: con la fuerza. El Estado mantiene su unidad porque tiene el poder necesario para hacerlo. Vendrán primero las decisiones de los tribunales y después la aplicación si es necesario del artículo 155 de la Constitución, pero todo eso es filfa si detrás no está la capacidad coactiva de hacer cumplir lo que los tribunales y las leyes determinan.

Hoy la independencia está en un Parlamento catalán que, en el colmo del surrealismo, no tiene Gobierno. Pero cuando salga a la calle será otra cosa. Los planes de Junts pel Si y las Candidaturas de Unidad Popular cuentan con que, ante la reacción jurídica del Gobierno central, se responderá con la desobediencia. De ahí a la sublevación y la rebeldía sólo hay un trecho muy corto. Tan corto que hoy se ve próximo.

Un proyecto de secesión como el Catalán habría necesitado muchas etapas para que no fuera traumático. Primero debía haber logrado un estado federal. Luego la soberanía fiscal... Pero se ha elegido la vía de la ruptura para precisamente para soslayar la debilidad de no contar con una mayoría razonablemente clara de ciudadanos que apoye un largo proceso. Existe una inconfesable urgencia por aventar al poder del Estado de Cataluña.

Esto es un todo o nada. Un órdago que sacude las estructuras del Estado. Harían bien quienes lo representan en dejarse de frases grandilocuentes, a la búsqueda de inocuos titulares de prensa. No les va a quedar otra que abandonar la retórica y aplicarse a la realidad. Si algo tienen los independentistas es una inquebrantable voluntad de no ceder y el valor -o la ceguera, tanto da- de que esta vez nadie podrá con ellos. Ni siquiera la mayoría.