Ocurrió el jueves de la semana pasada en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz, y estoy seguro de que, al menos para algunos de los que allí estuvimos aquella noche fresca y oscura de un 5 de noviembre, esa cita musical ya forma parte del cajón que da cobijo a las historias más destacadas, en especial porque incluso hoy [por ayer] se tiene la sensación de que las emociones vividas siguen aleteando en el imaginario placentero que siempre se activa, y esta vez fue de largo, con las honorables interpretaciones.

La convocatoria inicial de jazz, que luego transitó y se remató con pureza de música tradicional cubana, fue obra de la Fundación CajaCanarias dentro de su siempre exquisito "Otoño Cultural", un programa que sobresale y nunca deja indiferente en la, a veces, escasa oferta capitalina de acciones vinculadas al arte.

En esta ocasión, también se cumplió esa loable premisa y, como consecuencia de ello, hubo un auditorio casi lleno de gente con ganas de disfrutar y así finiquitar el día de la mejor manera. Los que acudieron terminaron extasiados, según lo visto allí, y fueron muy bien atendidos por unos músicos jóvenes, perfectamente preparados, cercanos, brillosos y hasta graciosos: por un cuarteto muy profesional. Dominó la cercanía y hubo ganas inmensas de dejar el pabellón musical cubano en muy buen lugar, lo que se agradece, aunque tampoco hacía tanta falta pues cualquier seguidor cercano de lo mejor de la música en el mundo sabe cómo se las gastan en la perla del Caribe.

Los músicos se presentaron en la sede de CajaCanarias bajo el paraguas de Daniel Amat y su Afrocuban Jazz, con la persona que da nombre al grupo junto a las teclas de un piano lleno de brío, luz y acordes a veces intimistas y en otras ocasiones, las que más, ordenadamente loco, fértil y repleto de destellos de grandeza guiados por unos dedos desenfrenados. El resto, hasta completar un sonido sobrio pero homogéneo, sin aristas y cerrado, ya era cosa del bajo, la percusión y la voz, todos a muy buen nivel y con elevada estatura sonora.

Con esos componentes, los humanos y los instrumentales, el apagado de la luz dio paso directo, inmediato, al encendido del arte musical pegado al terruño, a la Cuba abandonada y querida desde lejos, lo que se trasladó con lágrimas propias y ajenas intercaladas con alegrías, también propias y ajenas, a lo largo de algo más de hora y media de concierto.

Daniel Amat y su Afrocuban Jazz dieron una clase de honradez y profesionalidad el jueves pasado en el auditorio principal de la Fundación CajaCanarias, y lo mejor, sin duda lo más alabable, fue que lo hicieron sin abandonar sus raíces, sin dejar de lado a su gente y a sus autores de toda la vida, sin esquivar ni renegar de la tierra que los vio nacer, la misma que es muy probable que los haya obligado a tirar para otro sitio: la emigración.

Ese cuarteto llegó el jueves a Santa Cruz para vaciarse al completo, y bien que lo consiguieron, incluso trasladando esa misma condición a gran parte del público, que aplaudió a rabiar, vio que aquel lugar se había mostrado como lo más emocionante del día y comprobó que la humildad, la cercanía y el buen rollito, el de verdad, se habían convertido en lo mejor para viajar en una jornada que se cerraba con pureza de son, con las "madres" de la música, con todo lo bueno y sabroso que esa Cuba tan cercana para los canarios no deja de parir y de entregarnos con solvencia.

Daniel Amat y su Afrocuban Jazz se merecen más aplausos como los de aquel jueves, y seguro que terminarán coleccionándolos en otros tantos escenarios. Son buenos; son gente normal que emociona casi sin tocar las primeras notas. A mí me alegraron la noche y, con toda esa inyección de energía, me mantuve despierto hasta la semana siguiente.

Buena nota para Daniel Amat y los suyos, y también para el "Otoño Cultural" de CajaCanarias, de cuya programación aún me queda (¡menuda golosina!) la visita de los Yellowjackets. Allí estaré.

Es un lujo que la actual estación se alumbre en Santa Cruz con bombillas del "Otoño Cultural".

@gromandelgadog