Por nuestra condición insular, estamos siempre afectos a cualquier amenaza proveniente del exterior. Una consecuencia resultante que daña la permanencia de nuestras especies vegetales autóctonas o aclimatadas desde hace siglos, que han desarrollado unas singularidades diferenciales del exterior. Baste señalar algunos hechos intrínsecos que están originando la introducción de plagas, que luego se intentan minimizar y son de difícil erradicación. Como consecuencia, el agricultor se ve en la necesidad de tener que auxiliarse de medios químicos de toda índole, pues de lo contrario sus cultivos no generarían ningún beneficio a la hora cosecharlos. No es extraño, por ello, que un cliente habitual de un mercadillo me comentara con preocupación que, más que agricultores, los hortelanos a los que acudía semanalmente podrían catalogarse de químicos oficiosos, dada la cantidad de productos venenosos que utilizan para combatir las múltiples plagas que azotan sus campos.

Charlando con un técnico encargado del control de estas incidencias, me sorprende con el ejemplo que me plantea, referido a una partida de papas para consumo transportada en un contenedor. Al parecer, como es obligatorio, procede de origen con el certificado fitosanitario, por el que acredita que dicha mercancía está desprovista de cualquier plaga nociva. Sin embargo este técnico me afirma que tal calificación es muchas veces falsa, dado que al abrir el contenedor para inspeccionar y analizar el producto ya se observa a simple vista el pésimo estado de éste, pues llega completamente afectado de sarna -me refiero a las papas-. Vista la contingencia no se autoriza el correspondiente despacho aduanero, con lo cual la mercancía queda detenida o expuesta para ser destruida de inmediato. Pero no ocurre así, porque actúa la picaresca del importador -casi siempre un consumado oligarca- que tras un telefonazo al responsable de turno, consigue que dicha mercancía se agilice -rebajando su categoría inicial- para ser despachada y distribuida para consumo local. Como consecuencia, según palabras del técnico, esta papa se expande por los supermercados y grandes superficies, ocasionando más contaminación, a corto o medio plazo, de las especies autóctonas de toda la vida, y que los propios agricultores alarmados llevan para su análisis gratuito al centro oficial radicado en la Isla.

¿Cómo eliminar esta vergonzosa práctica?, pregunto. Pues acabando de forma radical con los canales permisivos, y con algunos importadores que están ocasionando estas incidencias que afectan a la fragilidad de nuestros cultivos y aún de nuestra salud poblacional. Pero quedaría corto si no mencionase la tolerancia existente en el organismo de Correos, donde muchas mercancías carentes del mencionado certificado son importadas por este medio con la propia impunidad del Estado y ante el agravio comparativo de otros. Actualmente se están importando, vía internet, productos hasta de Japón, país competitivo refractario a las normativas exigidas en origen, y eso, quiérase o no, entra a la Isla a través del citado medio oficial, en detrimento de las mercancías que despachan las agencias de aduanas establecidas.

Nuestras islas, a lo largo de la historia, han convivido con esta permisividad por el régimen caciquil existente interesado en su propio beneficio. Señalo el ejemplo de la cantidad de plantas exóticas que se importaron para replantar en jardines de comple-jos hoteleros y urbanizaciones, portadores de toda clase de insectos nocivos para nuestro agro y flora; cuyos responsables ahora serían difíciles de señalar e implicar.

A tenor de lo existente, mucho me temo que no será el agricultor minifundista el único en utilizar productos químicos en vez de los tradicionales orgánicos, sino que será el consumidor el que se vea obligado también a tener un laboratorio casero para analizar y desinsectar el contenido de su cesta de la compra, antes de introducirla en el caldero o la sartén. "Mutatis mutandi" (el cambio provoca cambios).

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