Amante confeso de las aventuras de Tintín, anoche tuvo enfrente a una adversaria que antes de que comenzara el primer debate de El Mundo que Queremos en el salón de actos del Espacio Cultural de CajaCanarias de la capital tinerfeña se asignó el rol del apuesto y valiente Capitán Trueno. Ganador hace unas semanas del Premio Nacional de Poesía por los versos de "Cuaderno de vacaciones", el filólogo madrileño Luis Eduardo de Cuenca (1950) está convencido de que, a pesar de que algunos no

lo acaban de comprender, "la cultura es el valor económico más importante que existe en España", precisa un poeta que también es Premio Nacional de Traducción.

Si la cultura es un valioso activo en este país, ¿por qué se critica tanto su gestión?

Ningún gobierno tiene sensibilidad cultural. Para que se haga una idea de lo que le acabo de contar voy a poner un ejemplo muy gráfico: todo el presupuesto de la Biblioteca Nacional, que es la quinta del mundo, es equiparable con la partida que la Biblioteca Nacional de Francia destina al apartado de Seguridad. Eso quiere decir que presupuestariamente hablando nos encontramos muy por debajo de lo que deberíamos estar. Yo formé parte del entramado político de la historia más reciente de España y entonces la cultura estaba igual de desatendida. Nos desgañitamos pidiendo recursos cuando los tiempos eran menos difíciles y lo que estaba de moda era la burbuja inmobiliaria que nos ha traído hasta aquí, pero tampoco nos hicieron demasiado caso. El dinero que se destina a cultura siempre será poco.

Usted es un defensor del valor patrimonial de España; otro bloque que necesita una gran inyección presupuestaria, ¿no?

España cuenta con un patrimonio cultural y natural tan amplio y rico que sus necesidades no se podrían cubrir ni invirtiendo en él todo el presupuesto del Estado. Después de Italia somos el país que más lugares tiene que han sido declarados Patrimonio de la Humanidad y conservar todo eso cuesta muchísimo dinero. Además, tengo la sensación de que en España se identifica lo antiguo con lo viejo. No tenemos una sensibilidad para readaptar a las condiciones del siglo XXI edificios y parajes que son una verdadera maravilla, pero que están algo descuidados. El otro día me fui a Burgos y vi la restauración de la catedral. La han dejado que es una maravilla. Esa intervención, capilla a capilla, ha sido larga y se necesitó de capital privado para su ejecución, pero al final han conseguido sacar adelante el proyecto.

¿Hay que reformular la Ley de Mecenazgo?

Eso es algo fundamental que se ha intentado impulsar a lo largo de esta legislatura, pero como al final aparece Hacienda y te mete el hachazo no se ha podido concretar. En mi etapa como gestor también lo intentamos, pero nos quedamos cortos. Hacienda siempre da el golpe. Yo entiendo su afán recaudatorio en un momento tan crítico, pero eso cercena o corta las alas de una buena Ley de Mecenazgo con la que los ciudadanos se sientan identificados.

¿Imagino que se habrá divertido más en su faceta creativa que en la legislativa, cuando le tocó ser Secretario de Estado de Cultura?

La parte legislativa no tiene nada de divertido. Cuando aceptas un cargo no te queda más remedio que tratar de gestionar el área encomendada de una forma responsable y seria. Yo no he sido político. En este punto tendría que aprovecharme de una frase de Borges para decir que yo no elegí nunca la puerta de la política, fue ella la que me eligió a mí. Igualmente, estuve cuatro años como director de la Biblioteca Nacional, a la que casualmente he vuelto, pero eso no es un cargo político, a pesar de que sea un puesto que conlleva un nombramiento político.

¿Y para el recién nombrado presidente del Patronato de la Biblioteca Nacional qué rol deben jugar estas instituciones ante el avance de las nuevas tecnologías?

Vuelvo con mucho ímpetu a casa; a un lugar en el que he trabajado durante muchos años y al que tengo el honor de regresar con un cargo no remunerado... Las bibliotecas son unos santuarios a los que cada vez acuden menos gente porque son centros que tienen una gran capacidad para adaptarse a las nuevas tecnologías. La digitalización tiene estas cosas. En mi época al frente de la Biblioteca Nacional iban unas 800 personas diarias, hoy no acuden más de 400.

¿Qué futuro les aguarda a esos "santuarios"?

Siempre será un gran atractivo entrar en uno de esos templos del saber y tocar un texto sobre el que se está investigando, aunque sea a través de una pantalla táctil.

¿Cómo se lleva lo de tener en su poder dos Premios Nacionales?

Estoy contentísimo con ambos. El de Traducción (1989) me hace la misma ilusión que el de Poesía (2015), pero debo reconocer que el primero vino muy temprano y este en un momento algo tardío. Tuve la desgracia de estar ocho años en un cargo público y no pude concursar. Hubiera sido bastante feo que el Premio Nacional de Poesía lo ganara el director de la Biblioteca Nacional o un secretario de Estado. Ya pensé que no me lo iban a dar...

En cualquier caso, ha sido un ganador discreto: sin renunciar, como otros, ni alharacas.

A mí me cuesta mucho creer que alguien no quiera recibir un Premio Nacional. No sabía cuándo se iba a fallar, ni siquiera recordaba que tenía un libro en la anualidad del premio. Esa es la felicidad completa. Un día sonó el teléfono y era el ministro. ¿Y qué querrá este señor? Me contó que había ganado y no cambió nada. Los premios son puro azar; no es bueno alardear de ellos o dejar que te vuelvan loco.