La alarma saltó cuando Neruda nos advirtió de que doña Monsi llevaba más de diez días sin levantarse de la cama. No era solo el temor a que sus huesos no respondieran al peso de su diminuto cuerpo cuando quisiera volver a ser un "homo erectus", sino, sobre todo, el aspecto físico insalubre que estaba desarrollando. De hecho, Neruda nos alertó del peligro que empezaba a suponer ya la grasilla que el pelo de la presidenta estaba destilando.

-Una vez leí en National Geographic que la resina de poliuretano carboxilado de las lacas puede generar explosiones mortíferas en contacto con el sebo capilar -explicó y todos nos quedamos con la boca abierta.

-Esto es un código rojo en toda regla. Hay que lavarle el pelo o saltaremos por los aires cuando menos lo esperemos -avisó Úrsula.

El problema era cómo hacerlo. La Padilla sugirió que lo más fácil era decírselo claramente.

-Doña Monsi, su pelo es un riesgo inminente para este edificio -ensayó con un cojín.

A María Victoria no le gustó mucho esa forma tan radical de estamparle la verdad en toda la cara a la pobre y menos cuando estaba pasando por un momento sentimental complicado, así que planteó hacerlo con un poco de tacto.

Una de las más preocupadas era Carmela. Temía que si doña Monsi moría ahogada en su propia grasa se quedara sin trabajo y sin poder alimentar a sus niñas recién nacidas. Mientras buscábamos una solución, las dejó a cargo de Walter.

-A las nueve les toca el pecho. A una, el derecho y a la otra, el izquierdo -le explicó y subió corriendo a casa de la Padilla, donde había una reunión de urgencia.

-Pero yo no tengo de eso -le gritó Walter sin éxito.

Y si no teníamos suficiente, Eisi -que pasa del asunto y de la pobre mujer- sigue con sus negocios turbios. El martes envió un whatsapp masivo a sus colegas, ofreciéndoles una tarifa "minichiquitita" para el teléfono rojo, con lo que, ahora, el portal parece un cibercafé en hora punta. La que más uso hace de esta oferta es Onelia, una peluquera colombiana que todas las tardes llama a Medellín, donde vive su marido. Al verla, a Úrsula se le ocurrió pedirle que nos echara una manita con el pelo de doña Monsi.

-Solo tendrías que darle forma de nubecilla alborotada al peinado cuando se lo hayamos desinfectado- le explicó.

El jueves por la tarde fue el momento elegido para poner en marcha la operación limpieza. Sin avisar, subimos a la habitación de doña Monsi para acabar, de una vez por todas, con aquel riesgo en potencia. Úrsula fue directa al grano; bueno, a la grasa.

-Señora, esto apesta tanto que podrían quitarle el cargo de presidenta. Así que vamos a proceder -le advirtió.

En ese momento, hizo una seña para que Brígida, la Padilla y Carmela la sujetaran, mientras María Victoria y su marido, Alberto, que es fumigador, pudieran empezar a desinfectar la cabellera con una especie de manguera articulada.

-Tienes que apuntar bien el pitorro porque la grasa es bastante densa ¡Dispara! -gritó María Victoria, vestida con un mono a rayas de cebra Grevy en peligro de extinción.

Doña Monsi se revolvió como un escarabajo moribundo y emitió toda clase de improperios.

El proceso de desinfección duró más de cuarenta minutos, pero terminó con éxito. Después, Onelia se quedó a solas con ella para darle forma a aquel matojo enredado y decolorado.

A día de hoy, doña Monsi todavía sigue sin levantarse de la cama porque la peluquera le dio tanto volumen al peinado que el peso le impide incorporarse sin ayuda y, después de lo que hicimos, ninguno nos atrevemos a regresar a su habitación. Es una auténtica "homo enfadatus".

Pero, para miedo, el que nos está haciendo pasar Eisi con sus chanchullos telefónicos. Un timbre insistente nos despertó a todos en la madrugada del sábado. Walter bajó a toda pastilla pensando que era la alarma del edificio y temió que se hubiera regenerado la grasa capilar de doña Monsi. Pero el sonido era el del teléfono rojo y quien llamaba era el marido de Onelia para decir que el Independiente de Medellín había ganado esa tarde el partido de liga.

@IrmaCervino

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