El mundo del comercio es una selva. Una extensa, poblada y maravillosa selva donde rigen una serie de leyes inexorables. La selección natural de las especies también funciona en esta naturaleza de intercambios y satisfacciones, donde se produce la ficción de que 9,99 euros no son diez, en el cerebro. No es solo un mundo donde el pez grande se come al chico, sino donde el pez rápido se come al lento. Como en la naturaleza, todo está en la cuestión de ser capaz de adaptarse y sobrevivir. Los dinosaurios eran más poderosos que los mamíferos y se extinguieron.

El comercio fue, en Canarias, un floreciente negocio. Durante décadas, cuando las islas fueron puertos francos, se compraban aquí artículos de todo tipo a precios muchos más baratos que en el continente. Tenían menos impuestos y eran más baratos. A pesar de nuestra integración en la fiscalidad continental, el comercio ha sobrevivido, aunque es cierto que a duras penas en algunos casos. Sigue creando miles de puestos de trabajo en el sector servicios.

Pero el objetivo del comercio no es un fin en sí mismo, es un medio de satisfacer las necesidades de los clientes. El comercio no solo existe porque alguien esté dispuesto a vender, sino que se produce porque alguien está dispuesto a comprar. La discusión sobre los horarios de apertura de los negocios es, en suma, una curiosa negación de las libertades comerciales.

La libertad es al comercio como el agua para los peces. Libertad y competencia. Pero todo esto ha sido sustituido por paternalismo y protección. Hay comerciantes que no quieren libertad, sino seguridad. Es el comercio funcionario. No solo no quieren abrir los domingos y festivos, sino que se niegan a que otros puedan hacerlo. Como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. El argumento es que hay pequeñas empresas que no pueden asumir los costos de la apertura en festivos, como sí pueden hacer las grandes cadenas comerciales.

Resulta difícil de entender cómo puede resultar más fácil abrir un centro con doscientos trabajadores que una tienda con dos dependientes, pero vamos a dejarlo. Un pequeño comercio que quiera abrir los domingos puede echar mano de contratos por hora, de la ayuda de la propia familia o del propio empresario que se sacrifica para hacerlo. Abrir es posible. Y para miles de ciudadanos los mejores días para comprar son los fines de semana y festivos, cuando no trabajan y tienen tiempo para pasear.

Que sigamos sin libertad de horarios se debe al miedo de los políticos a perder votos de los muchos comerciantes que aún se niegan a admitir que los tiempos han cambiado. Que si siguen así la gente comprará cada vez más por internet y en los grandes centros. La defensa del comercio tradicional es el paseo por la ciudad, las tapas en los bares, la coexistencia con el ocio festivo. Nuestro viejo y entrañable sector está ciego y sordo.