Hace ya muchos años, algunos naturales del lugar nos preocupamos por el impacto en la naturaleza de los grandes agujeros que estaba produciendo la extracción de áridos en el valle de Güímar. Desde el mirador de Don Martín, el paisaje parecía el escenario de una batalla donde gigantescos obuses dejaban hoyos tan profundos que parecían túneles hacia el centro de la Tierra. Durante décadas, desde los años ochenta, los áridos de Güímar fueron el material con el que se construyó el sueño del turismo en el Sur de Tenerife. Millones de toneladas salían cada año en camiones rumbo al desaforado crecimiento de la principal actividad económica de nuestra isla.

De repente, parece que un día algunas gentes de buen corazón se levantaron de la cama para descubrir, horrorizados, de la noche a la mañana, un atentado contra el medio ambiente de proporciones bíblicas. Como si unas empresas, al amparo de la oscuridad, con nocturnidad, pues, y alevosía, hubieran metido las palas en el barranco de Badajoz y sus aledaños para llevárselo crudo y embolsarse cientos de millones de beneficios mientras la pobre gente dormía ignorante de lo que estaban haciendo en su entorno.

Yo no sé si alguien está dispuesto a comulgar con esa rueda de molino. A estas alturas yo no estoy por que me consideren más idiota de lo que ya soy por naturaleza. Durante décadas, a plena luz del día, empresas legalmente establecidas se dedicaron a explotar los yacimientos de áridos naturales de las canteras del municipio. Años y años, tonelada tras tonelada, la construcción se abasteció con aquellos recursos sin que nadie piase.

Ahora resulta que se ha movilizado la acción judicial por el impacto en el territorio de las actividades. Negar ese impacto es estar más ciego que Rompetechos. Lo que habría que plantearse es si las explotaciones mineras no deben estar acompañadas de planes de reposición paisajística y si existe alguna solución para restañar las cicatrices del paisaje. Sería lógico que parte de los beneficios del Turismo sirviesen para paliar los efectos de algo que fue necesario para su prosperidad.

En nuestra isla hay montañas que han desaparecido. Algunas muy silenciosamente. Se les metió la pala y se borraron del paisaje sin que nadie osara dar ningún graznido. Debe ser que según el tamaño del bolsillo del pájaro se despiertan las conciencias o siguen profundamente dormidas. Otras se salvaron, aunque muestren en sus laderas las huellas de algunas mordidas -con perdón- que casi se las llevaron por delante. Va a ser muy difícil que se pruebe, en sede judicial, que las empresas que agujerearon Güímar durante cuatro décadas actuaron de espaldas a las administraciones local, insular y autonómica. Y más difícil demostrar que actuaron sin ningún tipo de permiso y sin amparo legal. Si uno deja el coche mal aparcado y le caen siete multas y un padrenuestro, se hace poco creíble aceptar que las canteras estuviesen funcionando a todo trapo contra la voluntad y el imperio de las administraciones. Las órdenes de precintos y de cese de actividad que se emitieron y se incumplieron dejan a muchos ciudadanos con cara de pejeverde: ¿es posible desobedecer una orden de cierre y precinto? ¿En serio?

La realidad es que se reaccionó tarde y mal por los poderes públicos. Que no se exigió desde el principio dotar un plan de restauración paisajística. Y que existió un potaje de contradicciones entre las decisiones de unas administraciones y de otras. Y diferentes situaciones entre las distintas empresas. Un sancocho típicamente canario donde las normas y las competencias se solapan y se contradicen con una estupenda ineficacia muy difícil de superar.

El fin que todos deberíamos perseguir es que se restaure el paisaje. Ya verán ustedes que al final de esta crónica ficticia de buenos buenísimos y malos perversos nos vamos a quedar con un llamo de narices. Buscar cuatro o cinco chivos expiatorios -ninguna autoridad, por cierto, todas lo hicieron fantásticamente bien- para lavar en sus barbas tantas décadas de indolencia e inepsia pública resulta de lo más consolador, pero francamente inútil. El Sur de la isla y la economía de Tenerife se alimentaron con la arena de Güímar. Ahora sólo necesitamos un par de primos que paguen el pato. Y los agujeros seguirán ahí.