La cadera es una de las articulaciones más complejas del cuerpo: tiene la misión de ensamblar el tronco con las extremidades inferiores y permite al organismo efectuar los movimientos necesarios para mantener la marcha, permanecer de pie o sentarse. A medida que avanza la edad es más frecuente que la cadera sienta el paso del tiempo, pero la vejez no es siempre la causa que explica el deterioro; el azar y la genética tienen mucho que decir. ¿Y si haber estado años bailando o jugando al fútbol ha derivado en un problema de cadera? ¿Y si hemos sufrido un accidente de tráfico?

Muchas de las personas que acaban padeciendo procesos artrósicos nacieron con una pequeña malformación que se acabó manifestando en forma de dolor en el pubis, la ingle o la propia cadera. No lo sabían, pero a lo mejor practicaron un deporte que no era el adecuado para sus características corporales. Este malestar, más llevadero que otros en un principio, ayudó a que no le dieran la importancia que tenía y la erosión continuara. Estos retrasos habituales tienen un efecto perverso en el modo de vida de cualquier persona. Algunos adultos jóvenes se encuentran, de repente, con que la única salida, con 35 años, es colocarse una prótesis de cadera, una intervención que debe reservarse para pacientes de edad avanzada o con deformaciones genéticas imposibles de revertir. "La primera prótesis dura 20 años; la segunda, 15. Hay que colocarla lo más tarde que sea posible", explica Ignacio Ríos, traumatólogo responsable de la Unidad de Preservación de la Cadera, un servicio pionero en Canarias que ha puesto en marcha el Hospital Quirón Tenerife. Ríos se especializó en esta técnica en Estados Unidos. "Si queremos estar entre los mejores tenemos que ir a donde esté el mejor". Los avances de la ciencia permiten, además, que la recuperación del paciente sea cada vez más rápida. Solo tiene que pasar una noche ingresado: al día siguiente ya está haciendo bicicleta y en un par más puede dejar de usar el bastón. La técnica que se usa se denomina artroscopia: se trata de una cirugía de alta precisión y mínimamente invasiva que se realiza accediendo a la cadera a través de pequeñas incisiones de apenas un centímetro. Por una de ellas es por la que Ríos introduce el artroscopio, una cámara de cinco milímetros que le permite ir viendo en una pantalla cómo está la articulación. Al mismo tiempo, a través de las otras incisiones, Ríos va resolviendo el problema. La patología que más atiende es la rotura del labrum, el tejido fibrocartilaginoso que rodea la cadera, muy parecido al menisco en la rodilla y cuya función principal es estabilizar y sellar la articulación. Esta rotura es consecuencia del "choque femoroacetabular", una alteración detectada entre la cabeza y cuello del fémur y el acetábulo (cavidad donde este se encaja). El trabajo usual del doctor es limar la cabeza del fémur para evitar el roce antes de reanclar el labrum al acetábulo.

Ríos no podría hacer todo esto sin Matías Silva, el jefe del servicio de Diagnóstico por la imagen, quien elabora un estudio tridimensional de la cadera del paciente y da las coordenadas exactas al cirujano: dónde y cuánto hay que limar. Las indicaciones, además de las radiografías durante la intervención, son la hoja de ruta del especialista. "El objetivo es impedir lesiones definitivas, pero hay personas que por su constitución no están hechas para determinados deportes. Con el tiempo, los seguros de deportistas profesionales pedirán un estudio previo", bromea Ríos. Mientras tanto, esta unidad intentará que los pacientes tengan una cadera para toda la vida.