"El aroma del tiempo" es la última obra del filosofo surcoreano Byung-Chull Han, profesor de la Universidad de Berlín, donde habla de la imposibilidad de morir de viejo en un mundo obsesionado "por agarrarse al segundero", remarcado en la obstinación de vivir en un presente continuo donde el pasado se ha perdido y el futuro es asustadizo. Todo es presente, el tictac del tiempo ha desaparecido, el otoño, el invierno, la primavera y el verano han sido sustituidas por una estación átona e indefinida que el filósofo conceptualiza como "disincronía".

Hay un abismo donde cada instante es igual anterior: "No existe ni rumbo, ni ritmo, que dé sentido y significación a la vida". Nunca pasa nada, se vive en un limbo donde se reduce el tiempo a una simple sucesión de instantes donde la única realidad somos nosotros mismos, no existe nadie más.

Cuando se habla de solidaridad es una palabra que ha perdido significado, que bien pudiera estar ausente del diccionarios, porque, mas allá de uno, el mundo comienza y termina en uno.

Remarca el filosofo que todo circula alrededor de la obsesión por mantenernos sanos, jóvenes, porque la salud sustituye a los viejos tótems habituales e incluso al mismísimo Dios.

En el tiempo que se hace presente, que no va más allá, todo es urgente, el tiempo de cada uno es lo que prima, saltar por encima de las vicisitudes particulares ya no se estima como productor ni de felicidad ni de complacencia.

El viejo tiempo queda para los poetas y aquellos que meciéndose en sus recuerdos pueden engrandecer aun sus vivencias.

El tiempo nuevo que se puede traducir en futuros está en manos de nosotros mismos, pensar que vendrán los grandes popes a solucionar las cuestiones y nuestras inquietudes es perder esa urgencia, perder el tiempo.

Son reflexiones un tanto desgarradoras, pero que nos sitúa en el escenario de una realidad palpitante. De ahí que las relaciones sociales anden deterioradas, las más de las veces no solo por el desencanto que las políticas producen en la sociedad, sino porque esta sociedad va por otros senderos.

No vale, a no ser para los adulones, el aplauso fácil para los que pregonan tener solución para este y aquella cuestión. No valen las palabras que se repiten constantemente, como un presente apabullante; no valen los engolamientos encausados a someter a la gente a discursos romos y huecos, que desesperan.

Solo vale el individuo con su tiempo, sus proyecciones que no van mas allá de uno mismo.

En el escenario del pensamiento filosófico "la disincronía" viene a traducirse en que cada instante es igual al anterior, pero que, al menos, nos pone en disposición de pensar, de reflexionar, aunque muchos, que mandan, hayan querido enviar a la filosofía al cuarto trastero de la historia.