Se ha producido hace días el cuarenta aniversario de la Marcha Verde, que ha pasado sin pena ni gloria. Cuando tuvo lugar, nadie se manifestó en España, ni siquiera en Bilbao, donde unas 120 personas hacíamos "saltos" (micromanifestaciones) con frecuencia.

Todas se calificaron de luchas armadas revolucionarias, todas dejaron víctimas inocentes, en este caso hablamos de pescadores o trabajadores de minas (Polisario), incluido el terrorismo artesanal del MPAIAC. Acavite, la Asociación Canaria de Víctimas del Terrorismo, que dirige Lucía Jiménez, lleva años luchando por la dignidad, la memoria y la reparación que debemos los canarios a esas víctimas, y hace escasas semanas lograron un reconocimiento simbólico por parte del Estado. Lo que viene a demostrar el sesgo, la parcialidad, el sectarismo y ajuste de cuentas que presidió el aquelarre de la Memoria Histórica, parado en seco dado su elocuente artificiosidad. Se pasó del todo al nada en una semana. Lo falsario resulta así.

En Canarias no ha pasado nada distinto a lo que ha ocurrido en otras partes: la identificación emocional con los verdugos, un romanticismo naif, pueblos y mitos inventados y adulterados, luchas en las que no se participa, y un fondo de resentimiento capaz de convalidar la violencia.

Nada nuevo, salvo que el asunto de las víctimas canarias sigue pendiente de justicia, memoria y reconocimiento. Entre otras cosas porque no han sido capaces de hacerlo sus verdugos, que por supuesto siguen ocultos, ni la sociedad se lo ha exigido, de reconocer sus crímenes y de conceder esa elemental compensación a las víctimas.

La lista de revolucionarios que asumieron sus errores y responsabilidades directas o indirectas, sobre todo de cuando el fenómeno tomó cuerpo a finales de los 60, 70 y 80 del siglo pasado, sería casi imposible relacionar. Desde filósofos como André Gluksman o Negri a ecologistas como Joshka Fischer. La formación política y teórica es la fuente, el germen de la autocrítica, desengaño y revocación. Los líderes de ETA del Proceso de Burgos, entre ellos Mario Onaindia (luego presidente del Partido Socialista de Euskadi), pasaron de dirigentes y símbolos de ETA a amenazados de muerte, que llegó a asesinar hasta los suyos, como Pertur, Yoyes, Solaun...

Brigadas Rojas, Lotta Continua, IRA, Montoneros en Argentina (los sandinistas, casi todos), MIR chileno, M19 colombiano, reconocieron errores y miembros suyos llegaron a gobiernos. El caso más representativo el del presidente uruguayo Pepe Mújica, dirigente de los Tupamaros.

Son todos los que supieron evolucionar y comprobar cómo la política era el único medio para alcanzar resultados.