El ministro Soria, candidato electoral del PP, impartió hace un par de días una conferencia en el aula magna de la Facultad de Derecho de la ULL. La charla fue organizada por el profesor Romero Pí, que decidido incorporar la asistencia de sus alumnos a esa concreta conferencia como materia evaluable dentro de su asignatura. La decisión provocó el rechazo de los estudiantes, que la han cogido con el ministro y organizado cierto revuelo en los medios. Pero esto no es un problema del ministro: Soria tiene perfecto derecho a asistir a cualquier lugar donde se le invite, y no hay motivo alguno para criticar que un miembro del Gobierno de la Nación dé una charla en la Universidad: puede hablar del PIB, de Red Eléctrica, de la recolección de batatas o incluso dar un mitin electoral, si le apetece. A fin de cuentas, la política es una parte de la vida. Y del Derecho. A los alumnos de Romero Pí no va a qué perjudicarles haberse rozado con Soria. Yo tuve bastante trato con él cuando era mandamás del Gobierno de Canarias, y puedo asegurar que no se me contagió nada.

El problema de esta historia no es Soria, ni la película que Soria le haya contado a los estudiantes: estoy convencido de que pueden sobrevivir a la experiencia. El problema es la decisión del profesor Romero Pí de obligar a sus alumnos a asistir a la charleta ministerial, y de puntuarles por esa asistencia, obligando de paso a los estudiantes a escuchar a un concreto candidato. Un candidato -y ahí radica el conflicto, desde mi particular punto de vista- al que el propio Romero Pí ha calificado en redes sociales y artículos de prensa como "el mejor candidato", su candidato preferido, convirtiendo de esa manera la conferencia del ministro Soria en un acto de propaganda de un político al que va a votar el profesor. Un poco raruno parece todo.

Siempre he defendido la libertad de cátedra, la considero esencial para que el ejercicio de la docencia no se convierta en una sucesión de pruebas elaboradas por pedagogos, una mera carrera de obstáculos burocráticos en la que los profesores están más pendientes de rellenar papeles para demostrar todo lo que hacen, que en hacer lo que tienen que hacer. La Universidad española, enfrascada en la búsqueda de mecanismos para certificar la calidad de la enseñanza que se imparte, está dando la espalda a una de sus recetas históricas tradicionales, que es el aprecio por el trabajo autónomo y responsable de sus profesores. Por eso, incluso considerando que Romero Pí se ha equivocado al programar como actividad evaluable la conferencia del ministro, no creo yo que haya motivos para lincharle.

Pero sí creo -y lo digo sin inquina alguna- que debería probablemente reflexionar el profesor sobre el exótico derrotero público de sus más conocidas actuaciones políticas en los últimos años. Pasar de asesorar al socialista Juan Fernando López Aguilar (y no voy a insistir en el desliz del programa) a considerar que Soria es hoy el mejor candidato posible, demuestra como poco una extraordinaria flexibilidad ideológica de Romero Pí. Pero a ciertas edades es mejor no hacer demasiados malabarismos. Aunque uno sea muy muy flexible en sus contorsiones, es frecuente acabar haciendo el ridículo.