Alguna gente piensa que el Estado debe discriminar entre quien fabrica un libro y quien hace unos zapatos. Al primero se le deben cobrar menos impuestos que al otro. La razón, dicen, es la cultura. La producción de bienes culturales debe estar sometida a menor fiscalidad que otros bienes de consumo.

La industria de la cultura mueve miles de empleos en nuestro país. Grandes editoriales, productoras cinematográficas, industrias del entretenimiento, compañías de teatro... Y como siempre ocurre, suelen ganar más las empresas y los empresarios que se dedican a esto que los miles de trabajadores a los que dan empleo. Son las grandes empresas las que se están partiendo la cara para que les rebajen los impuestos sobre la actividad comercial de la cultura.

Es importante saber que la lucha contra el IVA de la Cultura no persigue salvar de las garras de Hacienda al pobre juglar que toca el laúd en una esquina, sino al tejido empresarial que está detrás de la producción musical o cinematográfica de este país. También ellos se merecen escapar de las zarpas de Montoro, pero quede claro que son empresas y no solitarios artistas.

El problema es que no es bueno morder la ubre de la que te alimentas. Inspectores del Ministerio de Cultura han detectado que, en al menos una docena de cintas españolas subvencionadas, las salas de exhibición cinematográfica están falseando el número de espectadores. El Gobierno puede llegar a dar hasta un millón y medio de euros de subvención a cada película española que sea vista por al menos 60.000 espectadores. Y eso, en el país de Rinconete y Cortadillo, es como poner un caramelo a la puerta de la escuela.

Porque esto es así. Nos desgañitamos hablando de la golfería de los políticos, de la corrupción de los tesoreros y los partidos, y por todos lados nos encontramos el mismo espectáculo de chafalmejadas. Cultura ha trincado con las manos en la masa a salas de cine en las que se declaraban decenas de espectadores en una sesión en la que sólo estaba el inspector del ministerio sentado en la última fila con una bolsa de cotufas. Y es que para justificar los 60.000 espectadores hay que llenar las salas con ciudadanos fantasmales, como los censos de los municipios o los lectores de algunos medios.

Una de las funciones de los Gobiernos es dar subvenciones y ayudas por doquier. Es como los caramelos de la cabalgata de los reyes magos. La generosa lluvia de millones puede acabar en los asuntos más chuscos o más importantes. Desde la reconversión de la minería leonesa a un estudio sobre la evolución del lenguaje quechua en Bolivia. Con las subvenciones los gobiernos hacen de todo: pero sobre todo amigos. A la larga, inexorablemente, la política de ayudas acaba siempre igual: en el bolsillo de los intermediarios. Y los ciudadanos terminan a dos velas. La cultura quiere más subvenciones y pagar menos impuestos, y en eso es como todo el mundo. También porque cada vez que puede, por lo que se ve, intenta engañar a Hacienda. Ser culto, al parecer, no mejora lo de ser "mal ciudadano".