Por fin. Para decirlo con palabras que podrían ser de su época fundacional, sacarlos adelante ha costado Dios y ayuda, pero por fortuna para todos ya han sido aprobados. Comienza para la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife un tiempo nuevo, se abre otra página -esperemos que así sea- en su historia de más de dos centurias. Fueron necesarios meses y meses de trabajo, años. Ni el parto de los montes. Nuevos estatutos que requirieron innumerables reuniones. Juristas, economistas, sociólogos, políticos, funcionarios avezados en esta suerte de trabajos burocráticos y gente con sentido común, que -se ha dicho siempre- es el menos común de los sentidos, se conjuntaron, lograron ponerse de acuerdo, perfilar el reglamento. Muchos esfuerzos, diferentes voluntades, y, desde luego, distintos criterios que era imprescindible conciliar, encajar entre sí. Pero había que hacerlo. Costara lo que costase. La que es la más antigua de las corporaciones civiles de la isla de Tenerife lo necesitaba de manera imperiosa. Estamos en el siglo XXI y para que una institución como la Económica funcione en este tiempo nuevo tenía que soltar lastre, aggiornarse, desprenderse de todo aquello que en las anteriores normas de gobierno se fue introduciendo "ad maiorem gloriam" de sus promotores, para garantizarse permanencias, privilegios y tics autoritaristas. Ninguna comunidad puede ser gobernada de forma imparcial y justa sin unos buenos estatutos. Es la ley que determina el ámbito y los límites de actuación de quienes asumen voluntariamente la tarea, cada vez menos cómoda y fácil, de dirigirla, para que nadie pueda caer en la tentación de que lo que tiene bajo su responsabilidad lo considere y lo administre como finca de su propiedad y caiga en la tentación de querer eternizarse en la poltrona. De ahí la importancia, la necesidad y la urgencia de que la Económica, para que saliera de la incómoda situación que desde hace años venía padeciendo, contara por fin con nuevos estatutos. Los que acaban de aprobar sus miembros por abrumadora mayoría. Unos estatutos que, como toda obra humana, nada tiene de particular que adolezcan de algún defecto, de más de una imprecisión, acaso de determinadas lagunas. Pero para corregir, añadir, precisar o suprimir lo que pueda ser en adelante necesario están los propios estatutos, que proporcionan la fórmula para realizarlo. Lo importante hoy es que la Real Sociedad Económica cuenta por fin con la base que estaba necesitando para reimpulsar con brío y nuevo talante otra etapa en su fecunda trayectoria histórica. Es el acontecimiento que el cronista quiere registrar hoy con alborozo en sus anales.

*Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna