En la política. Llámelo como quiera. No basta con que ejercientes y aspirantes demuestren agilidad mental, sentido común o carisma. No basta la estrategia. Persisten la desconfianza y la abstención porque no hay corazón. Se nos pretende imponer un Estado racional, el reparto de los presupuestos objetivado con una hoja de cálculo y el análisis de los problemas como cuestiones estadísticas. Nos tratan como números y somos personas. El ejercicio de la política es una tarea de humanidades, no de matemáticas; por tanto, como no es ciencia exacta, el equilibrio, ese intangible, hay que pretenderlo con amplitud de miras y a medio plazo, sometido al escrutinio de la mayoría sin despreciar a las minorías.

En campaña. Un programa electoral son intenciones, el hilo argumental de algo más que una mera receta, algo más que una fórmula magistral, y no valen solo promesas, ya no. Y entonces necesitamos personas, primero los líderes, que parece que se bastaran solos, y después el resto del equipo. ¿Qué dicen quienes integran las listas de los diferentes partidos que optan a representarnos en las Cortes?, ¿qué acuerdos internos han alcanzado para defender los intereses de quienes vivimos en Canarias?, ¿cómo pretenden actuar? No se sabe. No se sabe ni quienes son. Todavía están a tiempo.

En lo público. Por definición, vocación de servicio, dicen, pues eso. La misión de la administración pública, la propia justificación de su existencia, consiste en procurar el bienestar de los ciudadanos en el ámbito de sus competencias, afirmo, en aquellas cuestiones que sobrepasan al individuo por economía de escala o limitación técnica. Aunque cada cual podría barrer la acera delante de su casa, parece razonable que la limpieza viaria se organice con operarios y maquinaria, y que los vecinos dejen la escoba y se limiten a contribuir al erario. Tratar cada uno su propia basura, potabilizar su agua y depurarla después, o alumbrar la calle, son comodidades que provee mal cada individuo por sí mismo. Cada servicio aporta un granito a ese bienestar global: la sensación de vivir en un espacio agradable, sin basura, con agua corriente y luz por las noches. Se entiende muy bien a la inversa: cuando los servicios básicos no se prestan o son deficientes la vida cotidiana se tuerce, no resulta placentero salir a pasear ni convivir con las moscas ni con la sensación de inseguridad.

En el trabajo. Poner corazón en nuestra actividad profesional. Enorme reto individual. Quienes se dedican a lo público lo tienen fácil, aunque quizás no se hayan percatado, porque el fin último de su esfuerzo es muy elevado: procurar ese bienestar del ciudadano del que hablamos. Bien pensado y en analogía, las empresas que funcionan, las que venden sus productos y servicios, son aquellas que aportan bienestar a sus clientes. Lo mismo, qué cosa. Entonces no queda otra: el reto consiste en introducir ese intangible, el corazón, en la vida laboral, pero no de manera altruista, sino por puro egoísmo, entiéndame, en la medida que conseguimos procurar satisfacción como fruto de nuestro trabajo, cobra sentido la energía empleada, objetivo alcanzado, mucho más satisfactorio que el dinero del salario.

En el ámbito privado. Con corazón las exigencias cotidianas se llevan de otra manera, dejan de ser una carga y se convierten en gestos de generosidad. Pruébelo, es una mera cuestión mental. Solo cambia el enfoque. Nuestra misión personal centrada en procurar la felicidad de quienes nos rodean, que todo lo que hagamos persiga ese fin. Tiene truco, solo intentarlo revierte en felicidad propia. Reparo en que no me hizo falta explicar qué es eso de poner corazón, usted lo sabe.

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