Me ha dado una gran alegría sincera (hay alegrías que se ponen sobre el papel, y no son verdaderamente tales, eso es bien sabido) saber que el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife le ha dado su premio a Luis Alemany Colomé, el autor de "Los puercos de Circe", entre otras numerosas obras, en la que retrata, por cierto, a la sociedad de Santa Cruz en los tiempos del pretérito imperfecto que fueron el franquismo y sus alrededores. Alemany fue un gran profesor, categoría que dejó por voluntad propia, y es un narrador formidable. Como no soy crítico, y además cada vez que me adentro en las consideraciones de la obra de los novelistas como Luis salgo trasquilado, debo mostrar aquí mi gran alegría por ese premio y avanzar en la alegría que me da la noticia, reiterada últimamente, de la revitalización del Círculo. Por muchas razones.

El Círculo de Bellas Artes está en una arteria extraordinaria de la ciudad. Es, por así decirlo, la capital cultural dentro de esta capital tranquila, nada nerviosa, que es la más importante de nuestras ciudades. A Santa Cruz le vendría muy bien ser un poco más nerviosa, pero encuentro a sus autoridades demasiada contentas, y estando contentos no se hace casi nada... Por ahí, por donde está el Círculo, pasan el comercio y los ociosos, los que vienen de nuevas y los que siempre han estado aquí; es lugar de leyendas y de chistes, y mantiene aún el regusto sosegado de las ciudades viejas que se resisten a aceptar que el tiempo pasa con su guadaña fatal. La del Castillo es una calle central, pero también quisiera ser periférica, como si se escondiera de sí misma para constituirse, tan solo, en paseo: un lugar de paso por donde se camina para mirar no para ir de un sitio a otro.

En ese pretérito que describe con tanta cercanía irónica, o sarcástica, Luis Alemany, este lugar, el Círculo, era todavía un lugar eminente, impulsado aún por algunas de las personalidades que signaron la segunda parte del siglo santacrucero. Luego entró en una languidez peristáltica, de la que la salvó, en un tiempo, Dulce Xerach, que es ahora precisamente la presidenta de la nueva aventura, auxiliada por una directiva en la que trabajan buenas amigas, Ana Hardisson y Lola Camprubí. Por lo que compruebo por sus comunicaciones, incluida esta última que anuncia el premio a Alemany, su actividad es incesante y productiva, y tiene amplio eco en los medios de comunicación isleños. Es una gran noticia. Las autoridades isleñas debieran tomar nota: durante demasiado tiempo han dejado languidecer esta y otras instituciones culturales insulares (el Ateneo de La Laguna es otra, como el Instituto de Estudios Hispánicos de mi pueblo) con las consecuencias de dejadez que son notorias en el ámbito cultural de nuestra isla.

Revitalizar el Círculo es hacerle justicia a su historia. Siempre recuerdo que fue la única entidad española, estando tan lejos del centro neurálgico de las cosas que se hacen en este país, que le dedicó un homenaje a Bertrand Russell, cuando murió este gran pensador e intelectual inconformista. Él había estado en la isla en la preguerra, con Pérez Minik, Westerdahl y Pedro García Cabrera, y ellos fueron los impulsores de ese adiós.

Muchas más cosas hizo el Círculo, naturalmente; que perviva, y que viva más, y que sea más vital, más hondo y duradero, es una noticia mayor, y a mi me alegra muy sinceramente, como seguro que alegra a tantos de mi generación que vivíamos pendientes de lo que se hacía en el Círculo y que luego vimos que se constituyó en esa tremenda metáfora de dejadez a la que todos contribuimos algo con nuestra maldita desidia.