Después de varios años sin saber nada de él por cosas de la vida, nos hemos reencontrado telefónicamente gracias a la intervención de otro amigo de Jaén, Pedro Pastrana, que indagó su paradero y consiguió su teléfono de Madrid. Hablamos más de una hora, pero a borbotones, pues era tanta la alegría y el deseo de recordar una parte importante de nuestra vida, que se nos pasó el tiempo en un instante.

Nos conocimos en Jaén cuando tenía casi seis años, y él es dos años mayor, así que en marzo, cuando yo cumpla los ochenta, días después él hará los ochenta y dos. Así pues, nuestra inolvidable amistad dura ya setenta y cinco años y perecerá cuando Dios lo crea conveniente.

Vivíamos en la misma calle, mi familia en el número uno y la suya en el cinco, en un barrio de clase media en viviendas protegidas. Su padre era médico de cabecera, una gran persona y muy aficionado a todas las artes culturales, teatro, música, pintura..., un legado que heredó Dionisio. Tenía cuatro hermanos que ya han fallecido, Amparo en 2009, Arcadio hace dos años y José, misionero en Argentina, al que nunca conocí.

Dionisio era un niño bastante apocado y retraído al que no le gustaban los juegos, así que cuando echábamos un partido de fútbol con la pelota de trapo, le poníamos de portero, obligado. De la pandilla, con el único que se entendía era conmigo; siempre estaba apartado o solo en un rincón; por eso lo aceptaba y él se me pegaba como una lapa. En aquella época estaban de moda las películas del oeste, así que como aficionado montó una obra que representamos en un local de los bajos de un edificio de la zona, en la que hice de tabernero. En su casa escuchábamos las zarzuelas y óperas de su padre, que poseía una gran colección en discos de pasta. Pasábamos largas horas disfrutando de la música y él se sentía enormemente feliz. Con doce años su padre le mandó a estudiar al conservatorio de Córdoba, donde algún profesor le sugirió que estudiara canto, y aunque entonces tenía una voz de tenor pequeñita, cantaba muy bien y con mucho gusto. Años después opositó en Madrid al coro de RTVE, ganando una plaza y trabajando en su ideal de vida, haciendo lo que le gustaba y pudiendo vivir de su profesión, además de disfrutar recorriendo el mundo y cantando con los más importantes intérpretes, los mejores directores y en los mejores recintos. Una vida plena de satisfacciones.

Vino a Tenerife en varias ocasiones, algunas con la orquesta y coro de RTVE, y siempre aprovechábamos para almorzar o cenar y contarnos nuestra vida. Me llamaba Pepe el Canario y por donde quiera que fuera me ponía en los altares. Los años no han roto el afecto, es imperecedero y entrañable.

Uno de tantos días en que me encontré en el hotel Tenerife Tour de Las Caletillas con Antonio Lecuona, otro amigo desaparecido, me contaba que había coincidido en un crucero con Dionisio y durante el tiempo que duro, no paró de hablar de mí. Decía Antonio que a lo largo de su vida no había encontrado a nadie que hablara tan bien de otra persona y de la devoción que me profesaba.

La última vez que Dionisio estuvo en Tenerife fue en Carnavales de 2002, disfrutando de Los Fregolinos, la Agrupación del Círculo y de las Murgas. Nos vimos varios días seguidos, y en una de las comidas le noté cierto temblor en las manos, por lo que le ayudé a cortar la carne. Temí lo peor, pero resulta que es un problema de nacimiento y afortunadamente tiene buena salud y quien se ocupa de él desde hace años.

Recuerda mucho a Alfredo Kraus y su esposa Rosa, fueron buenos amigos. Dice siempre que no existirá otro tenor como él en el mundo lírico. La mayoría de compañeros lo afirman; hasta el mismo Plácido Domingo lo dice constantemente, a quien felicito por haber sido nombrado recientemente Hombre del Año en Madrid.

Espero que la vida me deje poder visitarlo y seguir disfrutando de una entrañable amistad, y que sigamos charlando de lo que nos gusta. Ha sido un feliz, dichoso y bonito reencuentro.

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