Llevan tiempo temblando y, quizás, cada día con más razón. Les ha ido comiendo terreno a todos (incluido Podemos), pero últimamente la batalla por el centro ha hecho que PP y PSOE teman ser superados por un joven catalán que comenzó desnudándose en su primer cartel y que ahora puede desnudar el bipartidismo asentado desde 1977. Como si de un nuevo Mesías centrista se tratase, tras la montaña de Suárez, Albert Rivera arribó ayer a Tenerife y atrajo a sus fieles a la sala de conferencias del Auditorio. Lo hizo tanto que superó las propias expectativas (al menos aparentes, otra cosa es que se buscase ese efecto), al llenar por completo el aforo (480 personas), con otras 350 que no pudieron entrar por seguridad y 500 siguiendo el acto matutino por internet, siempre según datos del partido naranja.

Claro que este “llenazo”, como no paraba de escucharse, se relativizaría si se tiene en cuenta que estaban numerosos ediles y miembros del partido del Archipiélago, muchos medios y, sobre todo, si se compara con aforos como los del recinto ferial, el pabellón Santiago Martín o el municipal capitalino, que suelen llenar (de 4.000 a 5.000 personas) los partidos hasta ahora grandes cuando llegan este tipo de elecciones y acude su líder.
También es cierto que no se ha entrado en campaña, que era un martes laborable y a las 11:30. No obstante, quedó muy patente que algo fuerte se mueve desde el centro sociológico y político del país, que está rentabilizando en un “in crescendo” que parece imparable Rivera y que, si se analiza solo la apariencia general o detallada de los asistentes, debería preocupar mucho más, por lo menos llegados aquí, al PP que al PSOE.
Otra evidencia es que esta gente domina las formas, el márquetin y el espectáculo. La tremenda cola que serpenteaba y aún confiaba en entrar en la sala se quedó frustrada al saber que no, pero se alivió al aparecer el referente naranja y hacerle un paseíllo reverencial entre torero, estrella de cine o futuro balón de oro.
Ya dentro, los móviles dejaron claros los tiempos que corren con la multiplicación de fotos hasta que el cartel por Las Palmas, Saúl Ramírez, de pulcro negro y con micro adaptado, digno del siglo XXI, dijo sentirse telonero de los Rolling: ahí es nada (¿sabe qué cantan y qué sociedad anhelan?). Además, hizo un vacío en la historia, como si no hubiera habido líderes desde hacía 35 años, hasta que irrumpió un tal Albert, mejor Alberto en ese afán por revalorizar lo español en “igualdad”.

Ramírez le hizo una faena a Melissa Rodríguez, su homóloga en la provincia tinerfeña, también de negro impoluto, y no por luto.Al contrario.Aunque su compañero le chafara parte de los argumentos, presentó a Albert como un punto de inflexión imprescindible si España quiere reimpulsarse. Si no fuera porque los sondeos (de momento) le dan la razón, pareció incluso exagerado. Bastante.
Y llegó el pretendido gran timonel centrista de principios del XXI. Lejos del negro, apostó por un pantalón canelo claro, mocasines de igual color, chaqueta azul oscura y camisa blanca. Era como un guiño a los distintos gustos, pero siempre centrados, siempre intermedios. Lo mismo que el vídeo proyectado antes, que, partiendo de la Constitución de Cádiz (1812), hizo un brevísimo repaso a la historia española, con especial énfasis en la división de “azules y rojos” que dejó el golpe de Estado de Franco y la esperanza “ciudadana” que supuso Suárez.Eso sí, y en línea con esa combinación textil, con reconocimientos a la modernidad que trajo Felipe y, aunque más en relámpago, Aznar. Un progreso parado, por supuesto, y siempre según C’s, por ZP y Rajoy hasta la aparición de un Rivera que, como en el debate del lunes e invocando incluso a Ortega, no paró de hablar de vieja izquierda y derecha que deben dejar paso a una segunda transición reformista desde “el centro”, que gobernaría hasta para los que quieren irse.

Aunque su gran mantra es la igualdad de los españoles, dejó claro que respetará un REF, unos cabildos y las especificidades de la insularidad canaria para igualar desde la diferencia.Además, puso el acento en la educación, investigación, contrato único y los autónomos. Le aplaudieron tanto esto último que pareció lo que llegó a decir: una reunión de autónomos, quizás el país que quiso Rajoy.