En la costa de la Patagonia chilena han aparecido más de trescientas ballenas muertas. Los cuerpos sin vida de los cetáceos ocupan una larguísima extensión de unos quinientos kilómetros, en una zona conocida como Golfo de las Penas. Estremecedor. Pobres ballenas. Al parecer se trata de una especie de nombre "Sei", animales grandiosos que miden unos dieciséis metros. Las científicas que casualmente las hallaron no se explican cómo es posible que hayan muerto tantas y tantas ballenas y nadie se diera cuenta.

En la web he visto el Golfo de las Penas, "un precioso lugar al fin del mundo", dice el título. En El País la describen como una de las superficies más remotas y bravas donde hace mucho frío, el viento sopla con intensidad y las olas son enormes.

Pues bien, en esta región buceaban las dos investigadoras, Vreni Häussermann, que es especialista en los ecosistemas de esta parte del mundo, y Carolina Gutstein, que es paleontóloga, cuando entraron a un fiordo y encontraron la primera ballena muerta y luego vieron más y más. "Toda la costa del fiordo llena de cadáveres", según recoge la noticia. Meses después consiguieron fondos con National Geographic para realizar una expedición sobrevolando el territorio, y entonces fue cuando descubrieron tan funesto hallazgo. Pudieron ver cadáveres solitarios y otros en grupos pequeños. Si es imposible no conmoverse ante la noticia, los testimonios de ellas te dejan de ese mismo frío gélido de la Patagonia. Häussermann dice que se quedaron "estupefactas, en estado de shock. Nos pareció una imagen apocalíptica -dice-, añadiendo a continuación: "Nunca habíamos visto nada igual". Y lo que aún agrava más el comentario es que hay muchas áreas a las que no pudieron llegar, por lo que creen que es "altamente probable que haya más especies muertas".

Ahora están investigando las causas, pero la científica, que de momento afirma que "no se ve interacción humana", dice que "en este año 2015 se han registrado mortalidades grandes en otros puntos del Pacífico y en Alaska, y que es pertinente que nos preguntemos ¿qué es lo que está pasando?". No sé si te ocurre como a mí, que me resulta difícil creer que nada tengamos que ver en esto, o si no en esto directamente, sí desde luego en la preservación del planeta, en la protección de sus seres vivos y sus recursos naturales.

Me ha venido a la cabeza un delicioso libro que leí en verano y que me recomendó mi amiga Ana, otra amante de los animales. Una obra escrita bajo el seudónimo de James Herriot, titulada "Todas las criaturas grandes y pequeñas", que narra las primeras experiencias de un veterinario recién salido de la facultad en un pueblo rural de Inglaterra. Me gustó porque la relación que refleja no se centra en la relación típica de amistad tan hermosa que muchas personas experimentamos con las criaturas, sino más bien en una relación respetuosa que las familias de granjeros mantienen con los animales, fuente de su sustento, su alimento y auxiliares de su trabajo. En uno de los capítulos, el veterinario cuenta que observó a uno de estos granjeros bajar a un llano en el que alimentaba a dos caballos jubilados hacía doce años, aunque hubiera podido cobrar un buen dinero por la venta de su carne. Y se pregunta: "¿Por qué había llenado de paz y belleza los últimos años de aquellos dos caballos viejos? ¿Por qué les había dado una vida fácil en su ancianidad, unas comodidades que se negara a sí mismo?". Y se responde: "Solo podía ser por amor".

Conciencia, respeto y amor. No entiendo otra forma de relación con todas las criaturas, las grandes y las pequeñas.

@rociocelisr

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