Al doctor Antonio Bello, hijo adoptivo de San Juan de la Rambla, siempre entre nosotros

¿Es casual o causal el nacimiento y la forja de un científico? La respuesta que se pretende pergeñar en estas líneas nos afianza en la idea de que la forja de un científico canario universal de la talla del profesor Antonio Bello no es casual, sino causal. En efecto, las intervenciones de muchas de las personas en su homenaje han hecho referencia, directa o indirectamente, a la Educación en la II República y a sus prolegómenos y coetáneos: a la Residencia de Estudiantes, a Ramón y Cajal y al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El Dr. Bello, causalmente como veremos, se vincula de forma espléndida al CSIC mediante una historia personal que parte de ese magnífico período de la Historia de España. Ese, pues, es el eje sobre el que desarrollaremos nuestra teoría de que la forja de un científico universal no es un hecho casual, sino causal. Y las causas hay que buscarlas en su infancia. Por ello, nos vamos a permitir hablar de la niñez de Antonio Bello y de cómo deviene en científico. Hablar del niño Antonio es hablar de San Juan de la Rambla, y también del sur de Tenerife. Pero es hablar de su madre, doña Chana, maestra, cuya formación fue aquel espléndido modelo pedagógico de la II República que quiso extender la educación a todos los lugares, dignificar el valor de los maestros y desarrollar un modelo de formación científica impensable antes o después en nuestro país. Nadie permaneció ajeno a aquel modelo si lo tuvo cercano y doña Chana se lo transmitió al niño Antonio. Se partía de la base de que la enseñanza de las ciencias experimentales debía circunscribirse a lo próximo. Y el niño Antonio, en la Hacienda, en San Juan de la Rambla, tuvo, para ello, a su madre, y por extensión, a sus tías y a un abigarrado conjunto de personas de todas las edades y profesiones vinculadas al campo, que en aquella casona de cruce de caminos, en un paraje que aún hoy es idílico, hacían un alto para descansar. Y en el Sur, en San Miguel, Charco del Pino y Los Abrigos, tuvo a su padre y a los coetáneos de su padre. Decía el modelo pedagógico de las enseñanzas experimentales de la época que nada puede suplir la observación, porque las ciencias experimentales no pueden permanecer alejadas del dinamismo y la complejidad de la naturaleza. La observación, pues, tiene que realizarse en el ambiente, en interacción con la naturaleza. Y allá que iba el niño Antonio, de la mano de la enseñanza de su madre, en permanente interacción con el entorno, escapándose descalzo para tener contacto directo con el suelo y para no perder ninguna de las sensaciones. La observación se inicia con un modelo sensorial múltiple que permite, a través de los sentidos, aprehender, captar e interiorizar la realidad. Pero ahí no queda la cosa. Además del descubrimiento directo de los sentidos, la observación ha de ocuparse del dinamismo y la complejidad de los fenómenos. Y ahí estaban las dotes de observación del niño Antonio, de la mano de doña Chana y amplificadas en las voces de los agricultores de los altos y de los bajos de San Juan de la Rambla y del sur, de las mujeres que transportaban productos del monte con destino a los empaquetados, de la construcción de paredes para contener los taludes, basaltos en el norte y toscas en San Miguel y Granadilla. Voces sabias de agricultores autosuficientes, con un profundo conocimiento experimental atesorado durante siglos y transmitido naturalmente a la mente inquieta del niño Antonio sobre tomaderos, siembra, semillas, nutrición del terreno, rotación de cultivos, riego, secanos y regadíos... Conocimiento sensorial y escucha en la casa hospitalaria, La Hacienda, que siempre acogía al transeúnte, en el más puro espíritu de lo que fuimos.

Y el niño Antonio observaba y analizaba, pero también comparaba en esa dicotomía norte-sur que enriqueció su vida. Porque en cada sitio el comportamiento de los fenómenos y de la propia actividad agraria era distinto, y su mente inquieta y adiestrada por el modelo pedagógico materno, comenzó a preguntarse los porqués, que resolvió aplicando métodos científicos como el de irradiación (partir de lo próximo a lo lejano) y el de generalización (partir de lo particular y llegar de forma inductiva a lo general). Los trabajos de campo actuales se llamaban excursiones escolares, y para el niño Antonio eran sus particulares exploraciones, en la más pura modelización del método científico mediante la observación y la sistematización. Esto hizo del niño Antonio un científico, de la mano de doña Chana y de los poseedores de la secular sabiduría popular que transmitían en el patio o la cocina de La Hacienda o en los campos del sur. Ya adulto, el profesor Bello fue lo que aplicó en sus valiosas investigaciones y en el modelo que desarrolló con sus alumnos y doctorandos, para los que, además de profesor, fue mentor, porque como científico y maestro reprodujo la generosidad con la que en la casa familiar se compartía mesa y mantel y charla mesurada y sabia. Generosidad, mesura y sabiduría que aprendió de la casa hospitalaria familiar de la Hacienda. Y la humildad. Que no le abandonó nunca. El niño Antonio volvía a surgir cuando oía con interés e interactuaba con naturalidad con los poseedores de esa sabiduría popular que guiaron sus primeras observaciones de pequeño.

Espíritu científico combinado con la generosidad y la humildad. Ahí es nada. Algo, o mucho de eso, tiene que ver con nuestro pueblo, con nuestra gente, a los que nunca olvidó. Y por eso, en 2012, Antonio Bello fue nombrado hijo adoptivo de San Juan de la Rambla, nombramiento que honró, más que a él, a todos los rambleros y rambleras. La pregunta y la reflexión finales son si esa conjunción de circunstancias se daría en los tiempos actuales. Pero como este es un homenaje gozoso a un preclaro científico universal, canario y ramblero, permítanme que no empañe estas líneas con la respuesta. Sólo me resta decir que San Juan de la Rambla, y Canarias toda, están profundamente orgullosas de tener como hijo a la figura magna como científico y grande como ser humano de Antonio Bello, que siempre estará en el cielo de los hombres buenos, en el sentido machadiano del término, entre los mejores.