Espero no tener que volver a hablar más sobre el franquismo, y si me encuentro con alguna réplica, dense por contestados, aunque en la vida nunca se puede decir de esta agua no beberé, como dice el refrán, porque tendrás que beberte una jarra entera.

La demolición con alevosía y rencor del monolito de Las Raíces, ordenada por el Cabildo Insular y ejecutada por el consejero señor Valbuena, con la satisfacción de sus coetáneos republicanos Trujillo y Schawrtz (esta última no pierde el tiempo y también pide acabar con el monumento del escultor Juan de Ávalos, construcción que pagó el propio pueblo), me obligan a dedicar unos párrafos al tema. La presidenta de la Asociación de la Memoria Histórica se explaya a gusto en unas manifestaciones el pasado lunes 30 en este mismo medio, pero tengo que decirle que las encuestas no le han dado la razón y que la mayoría de los ciudadanos son contrarios a esas iniciativas chapuceras que puso en marcha el expresidente Zapatero para acabar con todo lo que sea nominativo del franquismo. Hay quien no puede olvidar, o a quien le gusta regodearse en el dolor, pero la mayoría de la gente quiere superar esa época y olvidar los hechos acaecidos porque lo único que hace es abrir heridas entre hermanos o pasar factura económica a los ciudadanos, a los que obligan a tramitar el cambio de dirección de sus domicilios particulares o de las empresas que regentan las calles que según ellos deben cambiarse. Tampoco volveré a insistir sobre el fracaso que supusieron las dos repúblicas, aunque algunos aspirantes a presidencia del gobierno la lleven en su programa, junto a otras tonterías como el federalismo asimétrico, que lo único que significan es volver al pasado. ¡Buenas miras de futuro tienen los que abanderan el progresismo!

Por otro lado, Francisco Pomares, también en este medio, habla de los 40 años de Franco en la Jefatura del Estado. Me gusta su redacción, lo leo diariamente, lo considero un compañero y tiene mis respetos, pero la historia que ha contado solo se ajusta a lo que él considera su verdad. Personalmente tengo otra, totalmente distinta de su apreciación, pero hay muchas versiones escritas por distintos literatos de gran talento que tampoco coinciden con la suya. Lo curioso es que siempre aparezcan en época de elecciones.

Nunca he sido franquista, ni tan siquiera "flechilla", pero sí una edad que me permite narrar mis vivencias y mi propia memoria histórica. Cuando tenía quince años y todavía vivía en Jaén, junto a un amigo de la tierra, José Ramírez, presencié una visita del general a la capital, y saliendo del Gobierno Civil hasta la catedral, cientos de personas se arrodillaban a su paso. Era un niño inocente y nunca pude olvidar esa imagen. Nada me dio el sistema, creé una familia, traté de ganarme el pan de cada día honradamente haciendo catorce horas diarias de trabajo, y en casa nunca hubo rejas, verjas, alarmas, ni nadie de mi entorno estuvo en la cárcel, fue detenido, perseguido o acosado. Hoy en día se vive con inseguridad y desconfianza, y la única ventaja que ha aportado la democracia es la libertad de expresión, que se acaba el día que metes tu voto en una urna y los políticos hacen con él lo que les place.

Franco era un dictador, y no niego que si no compartías sus opiniones hubiera gente perseguida, pero sinceramente, en general, en mis tiempos nadie estaba interesado en la política, te centrabas en el trabajo y en sacar adelante a la familia, que era suficiente. No conocí a nadie interesado en levantar la voz, y cuando murió Franco salieron demócratas hasta debajo de las piedras. Cuarenta años después de entrada en vigor del sistema, solo veo arribistas que se han aprovechado de las leyes y creado su propio régimen para vivir opíparamente. Solo se acuerdan del ciudadano en las elecciones, y se benefician de una sociedad instalada e instruida, que tampoco se preocupa por su educación y su cultura.

Saludos muy cordiales a los señores Velázquez y Ortsac por sus acertadas réplicas en Cartas al Director, tampoco están de acuerdo con el revanchismo de los que perdieron una triste guerra, y con las mentiras que siguen contando.

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