A pocas horas de materializarse el anunciado debate a cuatro, los candidatos, inmersos en su campaña de captación de votos, se multiplicaron hasta lo inverosímil para dejarse ver entre el electorado. Partiendo de la competencia generacional por la irrupción de los partidos emergentes, los más veteranos optan por los recursos de última hora. Por ello, visto los sondeos, se dieron prisa en adelantar las rebajas políticas para un supuesto beneficio de la ciudadanía, especialmente de la clase media, que es el sostén donde gravitan los mayores sacrificios a la hora de recortar su poder adquisitivo. Y junto con las rebajas, como si se tratara de un premio al comprador, se añade el regalo final, en lo que respecta a Canarias, de una cara casi desconocida por su nula participación política lastrada por la inoperancia, que recoge los frutos de su docilidad partidaria y sus silencios clamorosos a la hora de defender a sus descorazonados partidarios, que no vieron el revés de la moneda de sus promesas preelectorales. Compromisos que luego se han diluido en el limbo de la disciplina del voto de su jefe de filas. Este, y no otro, es el saldo del bipartidismo que hasta ahora se ha alternado en el gobierno de la nación, en lo que respecta a Canarias.

Por ese argumento, lamento que nuestros valores locales, sea cual fuere su ideología, queden desdibujados en su defensa de los intereses regionales, donde tan sólo vemos sacar la cabeza al nacionalismo surgido hace años por estas mismas causas de dejación. No entiendo, por tanto y a pesar de los palos políticos recibidos, cómo la ciudadanía se aviene, en el sondeo de votos, a confesar sus preferencias por este centralismo demoledor e intransigente, que a la hora de exigir sacrificios colectivos mete con más saña la tijera cuando se trata de compromisos que atañen a Canarias y a los canarios. No entiendo, por poner un ejemplo local, cómo se inclinan a votar a un perfecto desconocido que no reside entre nosotros, militante de un conservadurismo permanente, y a la vez se le sustrae a quien mejor nos entiende y nos defiende de manera más libre y cercana, porque conoce nuestras carencias y necesidades; a diferencia de aquellos que vienen a pasear sus rostros y a esparcir consignas emanadas de cerebros mercenarios generosamente sustanciados, por esa ventaja añadida que da el poder del dinero invertido a cambio de beneficios a corto o medio plazo. Restar votos a los partidos emergentes o al bipartidismo no va a suponer ninguna relevancia para el recuento final. Sin embargo, significaría la opción de conseguir para Canarias el necesario grupo parlamentario capaz para batirse el cobre en los foros nacionales en defensa de nuestros intereses.

Ahora, para romper la monotonía del poder tradicional, el cambio generacional trae consigo nuevos rostros que irrumpen en la escena política como una estampida de cimarrones, que sólo buscan en sus postulados sustituir a los ya amortizados, para volver a repetir, muy probablemente, los mismos errores o aciertos que los anteriores. Es presumible, aunque aún no se hayan pronunciado abiertamente, que de los réditos del pasado debate a cuatro se pueda decidir la liquidación posterior -que no rebaja- del desgastado Rajoy, y su sustitución, en caso de triunfo minoritario, por la vicepresidenta para que nada cambie. Buscando el símil, aunque por otras aspiraciones, recuerdo la dimisión de Manuel Hermoso en beneficio del segundo por la alcaldía, Miguel Zerolo. Lo que demostraría, si se cumple esta hipótesis, que en las actitudes políticas ya todo está inventado. Por esta causa seguiré apostando por los míos para intentar sacar a Tenerife del ostracismo agresor del bipartidismo, con su actual stock a precio de saldo por renovación -es un decir- de la mercancía de temporada.

Permítaseme un apunte final sobre el balance del debate a cuatro, en el que muchos hemos coincidido en valorar a Pablo Iglesias como el más cercano a la ciudadanía, y por el contrario a un peor Pedro Sánchez, actual opositor, más parco en sus argumentos programáticos. Ya podrá Rajoy agradecer, en segundo lugar, a Soraya Sáenz la defensa a ultranza de su penosa espantada; y en tercer lugar a un Albert Rivera algo inestable por su posición en la mediana de dos ideologías antagónicas. Más, pese a todo, sus seguidores respectivos dirán haber ganado esta porfía, como revulsivo del bipartidismo.

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