Que el tiempo humano no es principalmente lineal ni circular, sino personal, acarrea consecuencias enormes. Y, sobre todo, facilita la comprensión de una cuestión fundamental: lo que enriquece o empobrece su transcurso no es hacer más o menos cosas, sino el hacerlas solos o acompañados.

Una de las aportaciones de la poesía del siglo XX ha sido la de alcanzar la belleza y conmovernos utilizando palabras comunes, vulgares. Así Kavafis, José Hierro, Miguel d''Ors, o Wislawa Szymborska, por señalar ejemplos geniales. Y esta misma poética la encontramos en Carlos Javier Morales, poeta tinerfeño contemporáneo, cuyos versos se encuentran siempre atravesados por la cuestión central de la temporalidad humana. Pues bien, en su poema "Contigo" logra una maravillosa expresión del tiempo personal: "Pasa la juventud como la vida (...) / Y si alguien me pregunta en un futuro / cómo me fue la vida, diré sencillamente / que fue lo que tú fuiste, que a mí no me pregunten (...) / Pasa la juventud: ¡por mí que pase / si la pasamos juntos!".

Con título idéntico, "Contigo", Raquel Lanseros escribe otro magnífico poema valiéndose de un sueño lírico -ser enterrada junto a las palabras "que dije mil veces"-. La poeta española canta: "Envolvedme entre ellas sin reparo, / no temáis por su peso. / Pero cuidad con mimo la palabra contigo. / Tratadla con respeto. / Colocadla / sobre mi corazón. / Quizás entonces aquel a quien dije contigo / se acostará a mi lado con ternura, / cuando la eternidad toma nuestra medida / cuando la eternidad se pronuncia contigo". Y, ahora, el contigo logra que el paso del tiempo se vuelva eterno, venciendo a la rutina.

También la filosofía ha abordado esta cuestión. Leonardo Polo es un pensador que ha intentado apresar los rasgos esenciales de todo individuo. Con mirada original, ha insistido en la necesidad de construir la vida en torno a algo fundamental: "La estructura donal de la persona humana". Porque el sabor del tiempo humano depende mucho de con quién hago las cosas, y la donación resulta ser pieza fundamental de su existencia.

Esto supone valorar más lo que damos que lo que recibimos, ganar en capacidad de regalarse como objetivo por delante de muchos otros: viajar, tener, aprender... Además, cuando se entiende la importancia del tiempo personal, esas actividades se potencian; y aumentan los deseos de recorrer el mundo, de poseer y de conocer más cosas, porque ahora adquieren una nueva motivación, porque es el paisaje interior de las personas lo que potencia el gozo de las cosas materiales, al compartirlas.

La comprensión del tiempo personal también engloba importantes consecuencias educativas, como dar la mayor importancia a que los hijos sean capaces de regalar, de alegrarse con el cumpleaños de otra persona; a que capten la necesidad ajena y la intenten atender, a que decidan perdonar o a que sepan servir a los demás de la familia en las actividades cotidianas (bajar la basura o poner la mesa, de modo habitual y natural, por ejemplo). Y esto consigue que a sus padres les brillen los ojos, por encima de que sean altos, guapos o musculosos; o de que estrenen una camiseta... También esto nos satisface, lógicamente, pero en otro nivel.

La consideración personal del tiempo lo transforma en amigo, y el ser humano se convierte, entonces, en "orfebre del instante" -en expresión de Lanseros- que adorna su paso por la vida con las joyas de la donación: solidaridad, escucha, disponibilidad, paciencia, convivencia, sociabilidad, generosidad, cordialidad, simpatía, escucha, agradecimiento, compasión, sensibilidad, amabilidad...

Y además, permite intuir la superación de la muerte. Afirma Julián Marías que, aunque fallezca, a la persona amada "no podemos concebirla como no existente, porque sigue existiendo dentro de nuestro proyecto de viviente, y permanece como realidad". También, Pedro Salinas: "Mi vivir: era el nuestro. Y que me vive / otro ser por detrás de la no muerte".

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