Cuando la Padilla se encontró con una mujer envuelta en un abrigo de piel de algo raro, a punto de coger el ascensor, le preguntó a qué piso iba. Ella, que debía tener más de 70 y la misma voz que Eisi cuando se levanta, le contestó de mala gana que a ver a un familiar. Nada más cerrarse la puerta, corrió a avisar a Carmela, que andaba por las escaleras haciendo sus ejercicios para bajar barriga y le pidió que averiguara a dónde iba la intrusa.

-Se ha parado en casa de doña Monsi -le susurró.

-Lo que nos faltaba; otro ejemplar raro de la familia en el edificio -se quejó la Padilla.

-Pues viene con dos maletas y la doña no es muy agraciada que digamos -apuntó sin dejar de hacer las abdominales.

Esa misma tarde, doña Monsi le ordenó a Neruda que nos convocara a todos en el portal; en el de siempre, porque el de Belén todavía no lo hemos hecho. Todos menos Eisi, que no hay quien lo saque de su siesta, bajamos bastante temerosos.

-¿Qué se le habrá ocurrido a esta ahora? -se quejó Úrsula, con su hermana pegada al brazo como una garrapata.

Doña Monsi llegó acompañada de la señora misteriosa.

-A ver, que no tengo tiempo que perder, y menos con ustedes. Esta es mi hermana Eulalia, que ha venido a pasar las Navidades conmigo y quiero que su estancia en el edificio sea inolvidable -dijo, achicando los ojos para darle un tono de amenaza a la frase.

-¿Inolvidable? ¿Para ella o para nosotros? -me soltó la Padilla dentro de mi oreja izquierda para que nadie más lo oyera.

-Neruda, tú serás el responsable de que a mi hermana no le falte de nada -le indicó la presidenta.

-Pero doña Monsi, ¿no se acuerda que le había pedido unos días libres para ayudar a mi primo, que va de candidato suplente a las Elecciones del día 20?

-No, no lo recuerdo. Y no cambies de tema -le espetó, y dio por terminada la reunión.

A la mañana siguiente, doña Eulalia bajó temprano y, en la entrada, se encontró con Eisi, que estaba manipulando otra vez las tuberías.

-Usted debe ser el tal Borges ese al que mi hermana le ordenó que se encargara de mí -dijo cerrando los párpados con desaire.

-Mire, señora, imposible por no decirle que ni de coña -le respondió él sin mirarla porque, de haberlo hecho, se hubiera tragado el cigarro de la impresión al ver a aquella mujer con un abrigo de gallinacea alborotada.

La nueva inquilina no se esperaba la respuesta desagradable de Eisi y estiró el cuello para responderle, justo en el momento en que apareció Neruda y le sacó del error.

-Disculpe, señora. Yo soy a quien busca, pero mi nombre no es Borges, sino Neruda.

-Qué más da cómo te llames. Poeta, al fin y al cabo. Y bien, ¿dónde está el coche?

-¿Coche?

Neruda le explicó que él no tenía coche y menos con el sueldo que cobraba, cuando lo cobraba, aunque eso último no se lo dijo. "Mejor vamos caminando", le sugirió.

Al oír voces, María Victoria se asomó a las escaleras y dio un grito de alarma.

-¡Alberto, corre, rápido, ven!

Su marido apareció en calzoncillos pensando que a su mujer le había pasado algo grave.

-Mira cuchifritín mío, ¿ves el abrigo que lleva la hermana de doña Monsi? Quiero uno igualito para Reyes.

A Alberto se le encogió el estómago al pensar que ningún camello se ofrecería a traer una cosa así desde Oriente.

Doña Eulalia, enfadada, volvió a coger el ascensor y regresó a casa de su hermana, que, en menos de un minuto, llamó a Neruda para decirle que si no tenía coche que alquilara uno.

-El problema es que no tengo carné de conducir -se justificó él y ella le cerró la puerta en las narices.

Esa misma tarde, al edificio llegó un señor vestido de negro con sombrero y corbata. Carmela dedujo que era el cobrador del frac y le preguntó que a quién buscaba.

-A doña Eulalia.

-¡Ajá! Ya sabía yo que la urraca esa no era trigo limpio.

Pero cuando subía a contarle el chisme a la Padilla, escuchó a doña Monsi decir: "Ambrosio, mi hermana baja ya, arranque el coche".

@IrmaCervino

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