Una de las aspiraciones de la ciudadanía tras las elecciones -de cualquier tipo- es comprobar si las declaraciones de los elegidos se ven convertidas en realidad. Sabemos por experiencia que las palabras se las lleva el viento -no sé si se habrán percatado de que los partidos políticos no editan ya aquellos preciosos y comprometedores dípticos que reflejaban su programa para la legislatura-, y también que en el fondo nos da lo mismo Juan que Pedro. A menudo votamos al amigo, no al partido, siendo nuestro único anhelo vivir mejor, tener más posibilidades y oportunidades para seguir adelante; lo que se ha dado en llamar el "Estado del Bienestar", algo que la situación económica que ha vivido el país nos ha hecho en parte olvidar. Consciente la gente de lo que cuesta adaptarse al nuevo puesto que nos han asignado, desde siempre y por acuerdo tácito se ha estipulado un período de cien días para aterrizar en el cargo, tras el cual surgirán las alabanzas o críticas -estas por supuesto de la oposición- que la actuación del susodicho merezca.

Ya en varias ocasiones he abordado como tema de mi colaboración semanal la conveniencia de que nuestro ayuntamiento -en realidad todos los ayuntamientos- cuente con un funcionario cuya única misión sea recorrer la ciudad para constatar los defectos que ella presenta para la convivencia ciudadana. Hay que arreglar los lógicos deterioros antes de que el peatón se queje y envíe una foto a EL DÍA para que la publiquen, más aún en la actualidad con los teléfonos móviles que tienen -todos- cámaras incorporadas. Si hablamos en términos municipales, el concejal que fije el mencionado objetivo como el principal de su mandato obtendrá el unánime elogio de la ciudadanía.

Pero para que ese objetivo llegue a ser una realidad hay que esperar, ya lo he dicho, esos cien días de gracia; hacerlo antes es algo así como salir a escena antes de que lo indique el regidor. Por ese motivo me sorprendieron, y muy gratamente, las declaraciones del concejal chicharrero José Alberto Díaz-Estébanez publicadas en EL DÍA hace algún tiempo. Declaraciones que rubricó en un tuit que el mismo periódico publicó dos días después. Decía así: "Las grandes obras urbanas quizá son más llamativas, y muchas veces necesarias, pero el esfuerzo fundamental en el próximo mandato se centrará en muchas obras pequeñas que mejoren la calidad de vida cotidiana de los vecinos en todos los barrios y ayude a fomentar economía y empleo". Nada menos, añado yo.

Porque esa es la pretensión del nuevo concejal chicharrero de un área tan sensible como es el de Proyectos Urbanos e Infraestructuras. Plantea obras tan interesantes y necesarias como la semipeatonalización de Imeldo Serís y La Rosa, la remodelación de la piscina Acidalio Lorenzo y del parque de La Granja y la construcción de un paseo peatonal en la playa de Las Teresitas, pero el resto del presupuesto de su departamento -unos 25 millones de euros al año- lo dedicará íntegramente a esas obras menores que la ciudadanía reclama. Rampas, obras de accesibilidad, entornos, mobiliario urbano, iluminación... son algunos de los temas que Díaz-Estébanez quiere abordar, por lo que merece el máximo apoyo para llevar adelante su proyecto. Sin embargo, para concretarlo será indispensable que los trámites burocráticos no se eternicen, por lo que también se ha fijado el objetivo de trabajar en la tramitación de los proyectos, aunque no se tenga presupuesto. Así, cuando estos se aprueben, se podrán acometer de inmediato.

Son buenas noticias para la ciudad y, por consiguiente, dignas de ser consignadas para conocimiento de la ciudadanía.