Su voz suena firme y rítmica, como el golpeo del martillo sobre el yunque. No le falta el fuelle acompasado de la reivindicación, ni el chisporroteo juguetón de la crítica audaz, ni el rumor candente del ingenio... El arte lo ilumina todo.

No ha sido fiel a un único material y aunque ha manipulado la madera, en menor medida la piedra, y metales como el bronce, admite mantener un viejo y personal idilio con el hierro: la forja de una vida.

Desde hoy, con un acto de inauguración a las 20:00, y hasta el próximo 8 de enero, la sala de arte Espacio Bronzo (Núñez de la Peña, 19) acoge sus creaciones más recientes; "Sillas como pretexto" y "Escultoría joyérica".

Y es que en el universo genial de Pepe Abad (La Laguna, 1942) conviven lo colosal y el detalle; la obra monumental con la delicada orfebrería. "Me siento más cómodo en los espacios abiertos", reconoce.

El artista descubre que su relación con las joyas viene de tiempo atrás cuando, tal y como rememora con un guiño cómplice y cariñoso, "le quitaba los cubiertas de plata a mi madre para montar unas piezas que después regalaba a mis novias".

Y si bien puede sonar a "cierta reminiscencia machista" reflexiona con abierta sinceridad: "las joyas suelen ser adornos concebidos para que los luzcan las mujeres. Por eso al crearlos entiendo que me acercan a ellas un poco más".

Abad sostiene que se aplica al trabajo con método cartesiano: "Soy bastante cuadriculado en cuanto al rigor técnico". De ahí las joyas elaboradas en materiales como la plata, el oro y la olivina (única piedra preciosa presente en Canarias), en el marco de una característica retícula ortogonal, a la manera de jaulas, donde se inscriben las figuras de sus menceyes, unas veces en solitario y otras en conjunto. "Una alegoría del aislamiento", subraya el autor. "Es lo que tiene el subconsciente, que aparece sin más".

En cuanto a la serie titulada "Sillas como Pretexto", el artista construye alrededor de este elemento todo un mundo imaginativo. Desde ahí va asentando conceptos como "lo ocupado", en contraposición al "vacío". "No se trata de un lugar para compartir", precisa. "Y acaso sólo puedan ocuparlo un niño en el regazo de una madre". De fondo, el símbolo de "mi espera permanente", dice.

Pepe Abad lamenta la escasa educación artística, razón primera del desdén y el maltrato hacia las esculturas y otras obras que se exhiben en los espacios públicos, precisamente el argumento de su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de paso fugaz. "Un mal endémico y uno de nuestros grandes vacíos".

Con ocasión de la Exposición de Esculturas en la Calle, comenta el artista, una profesora que preparaba a un grupo de alumnos para el recorrido preguntó qué era una escultura. El listo de la clase levantó el brazo y respondió: "Esa imagen de San José de Calasanz, seño", a lo que el sobrino del artista replicó. "Eso es la imagen de un santo; escultura es lo que hace mi tío Pepe en su taller".

Y rememora al herrero, el oficio y el espíritu gremial: "Me siento orgulloso de haber aprendido técnicas de herrero, de carpintero y joyero. La verdad es que me considero afortunado por vivir en un pueblo (La Laguna) donde existieron maravillosos artistas".

Con voz limpia evoca al último herrero lagunero, su taller en la calle de Los Álamos (actual Tabares de Cala), donde hoy se exhiben los carruajes que custodia el Museo de Historia y Antropología de la Casa Lercaro. "Aquel hombre era capaz de alumbrar una soldadura solo con calor y presión", como en el origen de los tiempos.