Algún tiempo después de la muerte de Franco, cuando la Transición aun no había sido arrojada a la papelera, se produjo entre nosotros, en las Islas, una reivindicación muy sonora del acento canario como expresión de identidad y de unidad. Observé que entonces mis hermanas vigilaban si yo añadía las eses a los finales de plurales o si mezclaba la zeta en mis locuciones. Lo hacían entre bromas y veras, así que yo me tuve que mantener muy atento para que no fuera evidente en mi manera de hablar la mezcla que podía producirse con el español que escuchaba en Madrid. En otros ámbitos observé que se acentuó el acento, valga la redundancia, hasta niveles que me parecieron de alto riesgo para el buen español que aquí, con acento o sin él, se ha hablado siempre. Un español que es consecuencia del ida y vuelta iberoamericano.

Poco a poco esta vigilancia mutua, sobre el que habla godo y sobre el que acentúa su acento canario, se ha relajado, para bien de la convivencia de las dos maneras de hablar. Ya no se escucha (y si se escucha más bien es en broma) la expresión godo en sentido peyorativo con respecto al modo de hablar, pero permanece la expresión acento peninsular para distinguir el nuestro del que, supuestamente, marca el modo de hablar en la Península.

Una amable señora me interpeló el otro día en el avión que me traía a Tenerife. "Qué bien que usted mantenga el acento canario, y que hable peninsular". Le agradecí el cumplido, no porque a mi me parezca mejor o peor que se hable de esta o de otra manera, siempre que se hable correctamente, sino porque se lo podía contar a mis hermanas: "Vean, ¡no he perdido el acento!". Pero me quedé reflexionando y volví al sitio donde estaba sentada la tan amable señora. Le dije que lo que no había en realidad era acento peninsular. Entre nosotros, en Canarias, tampoco hay un acento canario, le indiqué; como a su lado había una pareja de amigos del Puerto de la Cruz, le señalé a la señora que los del Puerto hablamos de una manera que no es igual al modo de decir de los laguneros o de los gomeros. Los grancanarios de Las Palmas de Gran Canaria no hablan como los de Lanzarote, y en el propio Lanzarote hay tantos acentos como terruños. Así que, le pregunté, ¿qué es el acento canario?

Lo mismo que digo del acento canario, le dije a la señora, se puede decir del acento peninsular. Nosotros tenemos a gala que, frente al acento peninsular, nosotros no pronunciamos las zetas, por ejemplo, ni marcamos las eses, ni nos comemos las letras. No todos los peninsulares pronuncian esos sonidos; los andaluces, los extremeños, los murcianos, los catalanes, por ejemplo, mantienen una enorme liberalidad de acentos, y no se ciñen por supuesto al acento de Valladolid, que sería según los que saben los que marcan más a fuego el llamado acento peninsular, anteriormente también conocido aquí como acento godo.

Hay un libro de Álex Grijelmo, El genio de la lengua, que explica muy bien por qué nosotros nos beneficiamos (por decirlo así) más del acento americano o sudamericano que del acento que venía de la Península; teorías y experiencias aparte, siempre me ha parecido muy infantil por nuestra parte, y por parte de los peninsulares, sin duda, presumir de acento. Cada uno habla como ha sido hecho para hablar, y mantener un acento no es mérito sino hecho, facultad. Uno no estudia para tener acento canario ni para tener acento peninsular.

Así que cada uno hable como le dé la gana, siempre que lo haga bien y se le entienda. En todo caso, ahí les regalo algo que me decía mi madre cuando yo le rectificaba palabras que ella decía como en el siglo XIX y estábamos en pleno siglo XX: "Mira, Juanillo, yo sé decir hilo e hilacha y mierda pa quien me tacha".