En el siglo IV antes de JC, Aristóteles sostenía que "amigo es todo hombre para todo hombre"; veintiún siglos después, Thomas Hobbes acuñará la famosa expresión "homo homini lupus" ("el hombre es un lobo para el hombre"). Y, en nuestros días, Zygmunt Bauman afirma que en las ciudades actuales abundan "sobre todo los extraños, esquivos y misteriosos que tan pronto pueden ser amigos como enemigos". ¿Qué está pasando?

En primer lugar, la amistad está herida por la hegemonía de la exterioridad, pues como expone Juan Manuel Burgos, "la amistad no empieza a crecer hasta que abrimos el mundo interior al que empieza a ser nuestro amigo". Y esta superficialidad dificulta la formación de amistades y, también, deteriora las ya existentes. (De paso: esto mismo puede arruinar las relaciones de pareja, porque, como explica Enrique Rojas, "la intimidad es una de las cosas que más enamora". Y su descuido, en consecuencia, lo que más las daña).

En el interior del ser humano habita un miedo a abrir la intimidad, pero resulta decisivo superarlo. John Powell lo expone en términos coloquiales: "Temo decirte quién soy, por¬que, si yo te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo". Pero, en definitiva, "nadie puede realmente amarnos de veras si no nos comprende verdaderamente". Y para eso se necesita compartir nuestro interior, sucesos, heridas y alegrías. También, hacer propias las de la otra persona.

Otra carencia frecuente se alimenta de una pobre concepción individualista de la libertad, pues solo contribuye al conocimiento y a la amistad la libertad vinculada. En este sentido, convendría releer las páginas geniales de Saint-Exupéry: "Ven a jugar conmigo -le propuso el principito- ¡Estoy tan triste!... No puedo jugar contigo -dijo el zorro- No estoy domesticado. (...) Significa crear lazos. Pero si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo".

Pienso que a muchos jóvenes -en realidad, a todos- les ocurre lo que reflejan estos diálogos. Nuestro interior pide como el zorro, "¡por favor... domestícame!". Pero nuestro exterior lo niega como le sucedía al principito, "pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas". Y entonces, nunca hay que olvidar la respuesta del zorro: "Solo se conocen las cosas que se domestican". Es decir, que tanto para el conocimiento como para la amistad es fundamental nuestra actitud de vincular la libertad, de entrelazarla, con un sensus espiritual abierto. Sin esto, la amistad y las realidades complejas resbalan como el agua por la roca, sin dejar huella duradera.

Por último, se ha difuminado la idea de que la amistad supone responsabilidad por el otro. En consecuencia, tras la desaparición de muchas amistades subyace una falta de comprensión sobre esta responsabilidad. De modo contrario, cuando un amigo nos defrauda, además de no juzgarle, es el momento de estar a su lado, como nos gustaría que hicieran con nosotros en esa misma situación. Solo así puede ocurrir ese pequeño prodigio del que habla Jacques Philippe: "A veces nos obcecamos en mejorar a los demás; es preferible aceptarlos como son. Y entonces, un pequeño milagro sucederá: cuando se les acoge tal y como son, entonces empiezan a cambiar. Es un pequeño secreto para las familias, las parejas..." y para los amigos.

Abrir nuestra intimidad, vincular nuestra libertad y responsabilizarnos de los amigos resultan tareas decisivas para alimentar la amistad fiel. Consuelo de Saint-Exupéry contaba, de su marido, el escritor de "El Principito": "Recuerdo una de sus frases: Hay que amar a los hombres sin decírselo. Estas palabras explican su carácter: amaba a los hombres, pero no perdía el tiempo en ponerlos al corriente del amor y la atención que era capaz de darles". Sirve para revalorizar la amistad, a la que se refirió Aristóteles, tomándolo de "La Iliada", con la maravillosa expresión de "dos marchando juntos".

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