Siempre me ha gustado la Navidad. De niño era entrañable y ahora, de mayor, aunque también tengan un sabor agridulce por la nostalgia y añoranza de los ausentes o los que ya no están con nosotros, sigo disfrutando de esta época del año. Aunque preferentemente parezca una fiesta para los niños, y creo que no existe nada más bonito que hacerlos feliz, es una celebración para todos.

Tuve una niñez tranquila, había escasez y era fundamental compartir, pero fui bastante feliz. Según fue avanzando el periodo de adulto y de responsabilidades, no puedo quejarme, aunque hubiera de todo, algunos contratiempos y golpes bajos me permitieron curtirme y procurar que lo negativo no afectara, haciendo prevalecer y dar importancia a las cosas buenas. Ahora, en la vejez, puedo afirmar que la vida es bella y que se debe pretender vivir con intensidad los buenos momentos y, como decía una famosa canción italiana: "la vida es un átomo y la felicidad un instante". Con los años dejan de importarte muchas cosas y te centras en hacer feliz a los demás, porque no hay nada más gratificante que compartir todo lo que se pueda y desear lo mejor para tu prójimo. Ese es el secreto, no desear el mal y buscar la auténtica felicidad que está en las pequeñas oportunidades que te ofrecen.

De pequeños, como ya he contado, éramos familia numerosa y muy unida, y a pesar de vivir justos y con falta de algunos productos más apetecibles, en estas fechas, la Nochebuena era muy esperada, diría que con ansiedad. Mis padres se desvivieron y nunca faltó una buena sopa y huevos con chorizo, también pescado con alioli y carne, menos habituales, pero había. De postre, una naranja de California para desengrasar, las de ombligo grande, algo casero o un fisquito de turrón del duro, y una copita de sidra que daba las burbujas para hacer brillar el espíritu navideño. El resto del año teníamos una alimentación bastante sana, pero rica en legumbres, era lo que más se cosechaba. Comíamos garbanzas el lunes, judías el martes, lentejas los miércoles, arvejas los jueves, papas rellenas con carne de Mérida el viernes, rancho los sábados y arroz amarillo, no paella, los domingos. Teníamos cartilla de razonamiento, pero a pesar de todos los que éramos, mi madre sabía cubrir nuestras necesidades. Quizás lo que más se añoraba era la jícara de chocolate, pero lo que más recuerdo son unas fiestas fraternales.

Hoy la vida tiene muchas más comodidades, hay más acceso a distintos tipos de comidas, y hasta en el hogar menos pudiente hay alguna excelencia para cenar. Por supuesto, están los que lo pasan realmente mal y carecen de lo primordial, que son quienes nos deben preocupar, pero hay muchas más facilidades de menú.

Hace unos días celebramos la comida anual de hermanos, ¡qué pocos quedamos! Pasamos un buen rato, hicimos repaso de nuestras vidas, pero sobre todo hubo cariño, comprensión y entendimiento. Volvimos a Los Campitos, donde mi hermana Pili nos deleitó con un menú digno del hotel Mencey. No faltaron embutidos, gofio amasado con mojo verde, tollos, garbanzas, croquetas, langostinos a la plancha y un suculento bacalao acompañado de buen vino. Finalizamos con postres caseros y café, por el módico precio de 10 € por cabeza. ¡Como para protestar! Lo importante es la unión y la ilusión por reencontrarnos, que ya estamos un poco mayores. Pero como decía al principio, en estas fechas siempre está presente la añoranza, por los que nos faltan, los enfermos o los que carecen de todo, por eso mi deseo de solidaridad y caridad bien entendida, porque compartir da mucha felicidad y bienestar.

Pasado el domingo de elecciones, hoy lunes nos levantaremos con el galimatías que ha resultado de las votaciones. Sabremos si en esta España actual se ha dado la talla y si encontraremos el camino para el entendimiento. Por si acaso, les deseo ya felicidad y prosperidad en el nuevo año, en especial para los habitantes de EL DÍA, que es como mi segunda casa. También a familiares, parientes y amigos cercanos o en la distancia, y los recuperados después de años, como mi prima Ángeles y su familia. Salud para todos, y egoístamente, empezando por los míos y para mí. Feliz Navidad.

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