Si los nacionalismos vasco y catalán representan lo imperecedero y esencialista español: irreductibilidad excluyente, prevalencia de los conflictos del imaginario, atavismos, secular antiliberalismo y cerrazón, Rajoy pertenece directamente a la anti España.

Deploro la opinión común, el griterío, los juicios corales de las grandes mayorías, la sarta de lugares comunes, anatemas, estigmas, y sus análisis supremos condensados en significantes ominosos que no admiten raciocinio ni juicio: ni sintéticos ni analíticos, políticos kantianos. Lo más chusco de las opiniones mayoritarias, que son como sentencias, son los estados emocionales que imbrican.

En España, todo el asunto de los recortes del gasto era una cuestión técnica, en la que los políticos poco tendrían que decir ante aquellos imponderables, pero sí sanitarios y educadores que conocían que era prescindible, en que se podía ahorrar y en que no. Ni se intentó, siempre se prefiere el vuelo alto de los principios y las vísceras de los prejuicios que permitan los garrotazos.

Este es un país donde los delincuentes de cuello blanco y de una variedad de poderes institucionales, grandes empresarios, financieros, políticos, altos funcionarios, famosos toreros, tonadilleras, celebridades, abogados, músicos... no se libran de ser juzgados y de cárcel. O tenemos memoria de que en otros tiempos pasara esto. Rajoy ha estado rodeado de corruptos, otros partidos también, pero lo que sí ha sabido hacer muy bien es reaccionar ante esta situación. Compárese con esa España eterna que representa con tanta contumacia Cataluña.

España es un país de extraordinarios contrastes. Tiene muchos más enchufados que corruptos en todas las escalas de la administración, los defraudadores de a diario (sin IVA) superan también a los corruptos, y aquí los pícaros se nos vuelven inquisidores, los aprovechados moralistas, incapaces de resignarse a realidades objetivas, prefieren constituirse en pobres sujetos pasivos sin responsabilidad, y quejarse y llorar.

Resulta obvio que si hubiera algún millón de votantes como Rajoy, España desaparecería. Trabajador infatigable de 13 horas diarias, eficaz, sobrio, con mucho sentido del humor, centrado en el trabajo y no en los modelitos y pasarelas de las ministras zapateras, el registrador de la propiedad más joven de España, que va a la política a perder mucho dinero, lo que hoy menos que nunca se podrá decir de ella, ahora sí que van a entrar disimulados cazadores de fortuna a forrarse y enchufar aún más, y avalados por desaguisados previos; es el único que antepone resultados y trabajo a promoción. Una España con algún millón como Rajoy sería Alemania, EE UU, Japón, pero imposible España.