El día después siempre es lunes, y estos lunes ya llevan mucho tiempo siendo iguales. ¿Quién es capaz de demostrar lo contrario? Ese lunes, el soñado por algunos como el del cambio, también se convirtió en una jornada sin alegrías rematadas por el éxtasis, o sea, en un día parecido a los anteriores. Fue tan malo como cualquier otro lunes de semanas enteras, pero esta vez con la agravante de que hubo cambio formal y no real. Hubo una transformación a medias, inservible. Para qué andarnos por las ramas.

Sí que hablo de las elecciones generales del 20D, las que volvió a ganar Rajoy, otra vez, aunque en esta ocasión sin la ventaja avasalladora que obtuvo en los comicios de 2011. De algo sirvió, poco, tanto robo a mano armada: prolongado, delante de los mismos ojos, estructural a veces y siempre indecente.

En lo más alto del podio, de nuevo Rajoy, con Sánchez en el segundo cajón. Luego aparecieron con fuerza dos partidos que hicieron trizas el bipartidismo (y está bien dicho), uno más que otro, que también hay que reconocerlo. Aterrizaron Podemos y Ciudadanos, la izquierda en la izquierda y la derecha o el centro-derecha "light", blando y cercano al PP, casi la misma cosa si no hubiera sido por la herida profunda que antes abrió la corrupción en este partido.

En ese lunes, igual de malo que cualquier otro, se confirmó la hecatombe de Izquierda Unida y su Unidad Popular, un proyecto que murió por el efecto de la pócima autodestructiva que entregó la falta de diálogo y de visión estratégica de las únicas izquierdas amplias que hoy existen en España, en cuyo grupo, por cierto, no incluyo el PSOE.

El 21D algo quedó claro: por una vez en este país, en el que tanto fallan los recuerdos y la memoria, nadie ganó. No lo hizo el PP, aunque es cierto que fue la fuerza con más apoyos, y tampoco lo logró el PSOE, al que, dijo Sánchez, "todos los partidos quisieron destruirnos", mensaje para la galería, para escurrir el bulto.

Podemos venció pero solo fueron ganadores parciales, únicamente eso, que la victoria absoluta, la que debía esperar a la suma de toda la izquierda (¿?), esta vez con el PSOE, ni está ni se le espera. Así que ellos contentos, claro que sí, pero no como para tirar voladores. Y luego está la cuarta fuerza, "ganadora" en la rampa de salida pero desinflada por las incoherencias de última hora y muy lejos de ser la pinza perfecta del PP, la de la mayoría absoluta. ¡Qué pena, Rajoy!

Quizá esa docena de diputados, los que impiden superar el listón de los 175 escaños (para ello además se hubiera contado con lo poco de CC), sean la muerte de Rajoy, su desaparición hasta nunca jamás. En Ciudadanos están más tristes que contentos por esa brecha, por ese papel concedido y no cumplido, por ese desastre que convierte en imposible otro gobierno estable de la derecha.

Pero es que al otro lado lo que hay no resulta diferente: la suma de la izquierda sin la izquierda de verdad, con el PSOE en su seno, no da para casi nada, salvo que se incluyan a los únicos que ganaron sin contemplaciones: los nacionalistas de derechas e izquierdas del País Vasco y Cataluña (¿paradoja?).

Este país se parece mucho a mis lunes, siempre cansinos y vulgares, y con un día después del 20D en el que todo pasa por un PSOE que se autodestruye y no sabe dónde colocarse, en el que su líder está siendo apuntando por flechas propias con puntas envenenadas.

Quizá ya solo quede la solución de abrir otro lunes poselectoral que eche por tierra la mala fama de los lunes aparecidos hasta ahora. Ese lunes bien podría ser el de la convocatoria de nuevas elecciones, con la seguridad de que Iglesias, Rivera y Garzón ahí seguirán. No me atrevo a decir lo mismo de Rajoy y Sánchez.

Quedan muchos lunes nefastos. Por eso mismo, ahora hiberno.

@gromandelgadog