Los grandes profetas, para ampliar la capacidad de comprensión de las enseñanzas, solían ilustrar su filosofía con parábolas y relatos que los hacían más atractivos para la audiencia. No es lo mismo meterse un rollo sobre la imposibilidad metafísica de abarcar la idea de dios que contar la anécdota de San Agustín y el niño -en realidad un ángel- que intenta inútilmente llenar un agujero en la playa con toda el agua del mar.

Las modernas técnicas de comunicación de los políticos beben en esas fecundas aguas de las parábolas. Cuando quieren expresar una idea compleja echan mano de una anécdota personal o de un relato vinculado a su propia experiencia vital, para humanizarse y hacer que el mayor número de gente posible entienda lo que quieren decir. Sólo que a veces se enredan en las frondosas complejidades de los relatos y en vez de hacer apostolado hacen el ridículo. Le pasó a Rajoy cuando para mostrar su escepticismo ante el cambio climático puso como ejemplo sus supuestas conversaciones con un supuesto primo que le decía que el tiempo siempre había estado igual y que lo que pasa es que los medios de comunicación se han vuelto majaderos con la calentología.

La nueva política, que en realidad es tan vieja como el mundo, es heredera nominal de un discurso de 1914 de Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia. Pero mientras el famoso filósofo español citaba a Leonardo Da Vinci ("dove si grida non è vera scienza", ''donde se grita no hay buen conocimiento''), sus herederos echan mano del costumbrismo español. Alberto Rodríguez, el ya electo diputado de Podemos por Tenerife, puso de ejemplo a su abuela Concha, que se ganaba la vida cosiendo para las familias ricas de La Laguna -como los Oramas, que venenosamente citó- que algunas veces le pagaban tirándole el dinero al suelo. El bueno de Alberto Rodríguez afirmó que se presentaba a las elecciones para que jamás volviera a suceder en nuestro país lo que le pasó a su abuela.

De entrada podría pensarse que el diputado de Podemos podría volverse ya a su casa y renunciar tranquilamente al escaño, porque su trabajo está hecho: esa sociedad ya no existe. Ni se la espera. Hoy las cosas ya vienen cosidas de China. Y las costureras que aún existen te sacarían los ojos con la aguja si se te ocurre decirles que vas a liquidar sus pequeños negocios. Lo que ahora tenemos son empresas que malviven y pagan salarios de miseria a sus trabajadores, que también malviven porque existe una cada vez más poderosa administración cuyo alimento de impuestos se carga sobre las costillas de todos ellos. Promover que las costureras, los peones, los alicatadores o los camareros vivan mejor supondría dejarles el máximo de sus sueldos en el bolsillo a base de abaratar los costos de la cosa pública. Y yo, sinceramente, no veo a los de Podemos tirando el dinero al suelo.

Pero la vida es una contradicción. Por eso en Madrid por un lado se cargan el Belén luminoso de los arcos de la Puerta de Alcalá y por el otro quieren utilizar las cabalgatas de reyes como una herramienta para la igualdad de género. Es verdad que en la Natividad católica el papel femenino se reduce apenas a la Virgen María. (La vaca no cuenta porque no es humana y además el Vaticano la sacó del establo). El mesías es un niño. Y el padre. Y el ángel anunciador tiene cara de tío aunque no tenga sexo. Y los tres reyes magos... El portal huele a machismo por todos lados.

Endilgarle una barba postiza a una prójima y sacarla como si fuera Melchor es de una sutileza metafísica. Es colocar a una mujer dentro de un hombre que además imita el papel de un rey. Son dos imposturas al mismo tiempo. Como lo de Corina, pero al revés.

Tal vez la gente de Podemos, que son muy leídos en Kant, podrían explicarnos con una parábola sencilla en qué contribuye a la igualdad disfrazar a una mujer de hombre barbudo. Desde la perspectiva de los géneros del siglo XXI sería más sensato que Baltasar fuera el novio gay de Gaspar, que sería un transexual, pareja de Melchor, todo ello en una familia multiparental que explicaría, mucho mejor que la Biblia, por qué Jesús decidió poner tierra de por medio y mandarse a mudar solo al desierto en cuanto tuvo la menor ocasión.

Para completar el cambio de género de los Reyes Magos, no estaría mal que en las nuevas cabalgatas además de pajes se incluyeran también algunas pajas. A los pibes y pibas les gustaría muchísimo más. Desde luego, lo que no se puede decir es que estos nuevos tiempos no traen cambios trascendentales. Sí señor.