Normalmente envío este comentario el viernes por la noche para que sea publicado el lunes, y pronostiqué que el resultado de las elecciones del 20D sería un galimatías, como así ha resultado. Ahora hay que ver qué ocurrirá en las próximas semanas, pues los cuatro partidos con el mayor número de votos quieren mandar, aun siendo el más votado el PP, pero no con la suficiencia para gobernar.

Lo que me extraña es que, tras la noche electoral y los correspondientes análisis, nadie diera la menor importancia a la abstención, y que les parezca válida la cifra de ciudadanos que pasaron por las urnas, un 73% punto arriba o abajo del total del censo electoral. No sé qué les parecerá a los expertos, pero tras años de ir a votar me parece un monto preocupante.

El hecho de que casi un 30% de los convocados se quedara en casa significa un varapalo al sistema, o si lo prefieren, pueden considerar a los españoles como unos auténticos vagos. En ambos casos, un país que se supone serio no puede permitirse la falta de respeto y consideración para una Constitución por la que luchamos hace casi cuarenta años, aprobada por una amplia mayoría, y que ha permitido disponer de un periodo largo de paz, progreso y bienestar general. Con matices y cierta displicencia, pues hay a quienes les gustan los desafíos, en general los españoles han demostrado que no desean enfrentamientos y que tenemos una sociedad pacífica y deseosa de mejorar para que se acaben las desigualdades y vuelva a resurgir la clase media pujante.

Por un lado tenemos una pobreza que crece y, por otro, una clase privilegiada instalada, cada vez más acaudalada, entre los que están un buen grupo de políticos enriquecidos. El problema principal del país es que vivimos en los extremos, consecuencia de la gestión política, que no es fácil, pero entiendo que con voluntad, tesón y esfuerzo es mejorable, ya que arreglar este dilema es primordial. Lamentablemente, en la última década ha primado la avaricia y se ha ignorado por completo el bienestar de los ciudadanos, por la sencilla razón de haberse instalado para conseguir el mejor puesto posible y estar por encima de los demás, utilizando las prebendas de los cargos en beneficio propio. Hay políticos serios y honrados, y algunos de los que conozco personalmente ganarían mejores sueldos en empresas privadas, pero no sé la razón para que hayan aflorado tantos arribistas y sinvergüenzas en la política, muchos de los cuales no saben absolutamente nada de gestión y se han hecho ricos y poderosos.

Durante la dura y competitiva campaña electoral ha habido momentos de falta de ética por parte de algún candidato. No deben preocupar los exagerados aspavientos de algunos, algo que ocurre ya con cierta asiduidad, lo inquietante es ese "o yo, o nadie", un egoísmo que no nos permitirá salir del atolladero.

Volviendo a la abstención. Están tardando en buscar fórmulas para motivar al votante a cumplir con su obligación. Existen muchas, y estoy de acuerdo en que su aplicación debería ser aceptada sin ningún tipo de excusa o pretexto. El sistema permite otras salidas si no te gustan o no estás de acuerdo con los candidatos que se presentan, como el voto en blanco, pero todo menos seguir con estas cifras de participación, pues así no se sabrá nunca el verdadero apoyo del votante al sistema o a los cargos elegibles.

Siempre se ha dicho que la democracia es el menos malo de los sistemas posibles, el que más abunda. No me gustan las partidocracias, ni las dictaduras, y menos los reinados de personajes mandones y acumuladores de riqueza, pero la realidad es que cada país debe conocer lo que más le conviene, pues no somos iguales y deben respetarse las distintas idiosincrasias y formas de ser de su gente. Soy de los que opinan que hay que tener mucho cuidado con modificar, alterar o cambiar la Constitución, y considero que la actual debe durar muchos años y adquirir experiencia. Temo los tijeretazos, pero estoy de acuerdo en pequeñas adaptaciones, como la obligación de votar. Si de verdad quieren su nación, alguno deberá ceder, y no puede ser presidente un señor que no ha ganado las elecciones.

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