Va para 10 años que escribí sobre el título de este articulo y me refería a los nacionalismos, en general, y al canario, en particular. Manifestaba que había una evidencia clara en territorios distantes a nosotros, donde este nacionalismo se apuntalaba porque su ladrido institucional se oía en la lejanía; y no es que se le temiera, pero sí se le respetaba y muchas veces se necesitaba de sus apoyos porque era imprescindible para formar gobiernos.

No así el nacionalismo canario, que permanecía encorsetado, debido a que desde una base social amplia que se tenía, y razonablemente mayoritaria, se había, no solo atomizado, sino que se percibía un declive que iba dejando por el camino desencantos nacionalistas y perdidas de confianza.

Encontrándonos hoy en una fase más que atomizado, con muchas organizaciones que se titulan nacionalistas, desaparecidos de la política, y con una gran incógnita de futuro incierto sobre lo que puede aguardar al nacionalismo de esta tierra.

El nacionalismo no ladra y cuando lo hace es desde la fidelidad de un pueblo que se quiere reconocer en sí mismo; el nacionalismo no ladra para modificar ni como amenaza a nadie. Lo hace como mera justificación que está ahí y que su presencia es necesaria a muchos dentro del concurso de un mundo paradójicamente globalizado.

De ahí que la primera pregunta y subsiguiente que aparece en el escenario de la reflexión es ¿el pueblo canario es nacionalista? Si lo es ¿qué resortes culturales, intelectuales y políticos hay que tocar para que brote como lo fue en su día?

Al nacionalismo no se le puede desvirtuar. No es bueno alejarnos, sino desde los momentos inmediatos de los acontecimientos, y sin esperas improductivas, sacar consecuencias que refloten un barco que va escorado a un roquedal no apetecido.

Al nacionalismo y lo que acontece a su alrededor hay que analizarlo, estudiarlo, comprenderlo para sacar conclusiones positivas y, desde esa perspectiva, alejar viejas modorras y seculares lamentos.

Es hora en Canarias de "la acción nacionalista". De exponer la realidad con toda su crudeza, para concluir sobre cuestiones que no permanecen en la ignorancia pero sí en la falta de decisiones que aborden el problema nacional canario.

El ladrido del nacionalismo canario hay que tomarlo, si acontece, como un gesto, una voz que se emite como testimonio que el grito es prometedor de una razón ideológica que puede escaparse de las manos porque, una vez más, hemos llegado tarde para tomar decisiones y los momentos se nos escabullen.

Aún se está a tiempo para constituir un "equipo para la crítica" o un "comité de análisis político" que airee lo que hay. Aún se está a tiempo de construir una clara conciencia nacionalista, porque si no es así, dentro de poco pudiéramos ser testigos mudos de una historia mal contada.