La noche del 20-D fue proverbial en declaraciones políticas. Solo oí hablar de economía al PP y a Ciudadanos, de productividad y crecimiento. A los que no se lo escuché es a la izquierda, a ninguna. Centraron su discurso en el caso del PSOE -con representantes con argumentarios memorizados-, en la recitación de la denuncia de las desigualdades, los recortes, la austeridad, los servicios públicos, sanidad y educación universal... Por cierto, más espectacular que el declive del PSOE en votos es el desplome del nivel de sus representantes. ZP proyectó tras él también la selección negativa, una herencia oprobiosa. Casi acabó con España y casi con el PSOE. Es evidente que la izquierda no tiene otra alternativa al liberalismo global que su control y corrección. Se agarran a lo que pasa por ahí o resucita: Klugman, Piketty, Keynes que les duran semanas. Suficiente. Podemos ha dejado la economía para mejor ocasión y se va a ceñir a grandes referendos y revocatorios, el péndulo a Venezuela y, suponemos, su economía. Harían colectas, bancos alimenticios, brigadas de voluntarios y sorteos, que ya están en eso.

Se salieron de una concepción alucinógena de la economía, tan pronto las televisiones amigas les correlacionaban gastos con ingresos.

Hace mucho tiempo que dejé de profesar la religión marxista, pero algo me quedó de sus presupuestos teóricos, por ejemplo, que el desarrollo de las fuerzas productivas era el elemento esencial del socialismo, la base o infraestructura. Como lo demostraba la industrialización masiva de Stalin, sus planes quinquenales, la NEP o las zafras cubanas, que respondían a un mismo patrón: la productividad. Solo en base a ella se podía acometer la distribución y la justicia social. Era fácil de entender. Aparte de esto, el desarrollo del modo productivo suponía incardinar este en los vectores más dinámicos de la economía global, o economía- mundo en palabras de Wallerstein.

Esta izquierda populista y demagógica, sentimental y moralista, lo ha confiado todo a sus púlpitos y sermones, al más allá y la fe en los milagros (evidentemente no económicos).

Se han dado cuenta de que no conviene hablar ni de economía ni de ingresos, inversiones extranjeras, financiación, primas de riesgo... De los medios y las palancas para poder intentar alcanzar las metas que pretenden. Lo que se conoce como mundo objetivo. Ya dicen los podemitas, con su arsenal metafórico, que hay que soñar y asaltar los cielos. El problema de España es enteramente metafísico, gracias a una izquierda básicamente animista y boy scout.