Siempre he pensado que es injusto -a pesar de que los padres miren ansiosos el almanaque para acelerar la llegada del ciclo escolar interrumpido por la tradición- que los niños tengan prácticamente unas escasas cuarenta y ocho horas para disfrutar con sus juguetes, tanto da si son sofisticados o corrientes, porque la imaginación infantil y su inocencia imponen el resto de su mérito. Lo penoso es que, como una pesadilla repentina, tendrán que abandonarlos de inmediato para introducirse en la vorágine colegial y continuar su aprendizaje de convivencia en esta sociedad de luces y sombras. Pero esto es así, nos guste o no esta faceta de la tradición.

Después de unos penosos programas de fin de año, salvo la primera estatal por razones presupuestarias, con un programa genial de José Mota y una gala pasable creada "ex profeso", las televisiones privadas y aún la autonómica ofrecieron unos divertimentos (¿..?) para olvidar, con profusión de reciclados de otros éxitos del año y el dudoso gusto de Manolo Vieira y sus chistes de ataúd en su chiringuito canarión de La Chistera. Lo único destacable -y previsible desde la primera imagen- fue el destape de la Pedroche con sus transparencias, obligada a sonreír a la cámara a pesar del frío reinante. También en otra cadena hubo un destape conjunto de presentadores, participado por la pantorrilluda Marta Torné y otros cuyos nombres no recuerdo. Todo sea por la guerra de audiencias.

A día de hoy, como he dicho, todo vuelve a la rutina habitual, aunque como si se tratara de un tic nervioso, el rictus de la sonrisa navideña sufre una descongelación repentina y los rostros vuelven a tomar su aspecto cetrino y malhumorado; y de los discursos de los representantes políticos -obligados por su cargo a ser optimistas ante lo incierto del reto anual- sólo quedarán sus palabras en las hemerotecas para las futuras generaciones, o para establecer comparaciones futuras de mayor o menor índole como alimento de las estadísticas, que son las notarias de triunfos o fracasos.

Para fracasos en ciernes, los experimentados por los resultados de las últimas elecciones, donde la indefinición y la aritmética han hecho estragos en las perspectivas de gobierno de los partidos más relevantes, obligándoles a pactar -si es que finalmente lo consiguen- con los llamados emergentes de centro e izquierda. Da igual que la ciudadanía siga balanceándose en la cuerda floja de la incertidumbre, aquí lo que prima es el asentamiento en un escaño y la gobernabilidad del partido a que pertenecen. Lo demás es pura anécdota irrelevante para los obreros, que con sus votos han erigido este, por ahora, tambaleante edificio estatal.

Y de esta enconada lucha política veremos surgir el fenómeno de las rebajas, que no sólo serán las habituales del comercio de cada enero, sino las paralelas del patio de Monipodio partidista, con la consabida fórmula de donde dije digo, digo Diego; que todo sea por un gobierno de aparente consenso, pero sin consenso. Sólo para la galería.

Lo dicho, volverán como las oscuras golondrinas, los camellos a Fuerteventura y Lanzarote, los Baltasares -o Baltasaras- no tendrán que quitarse el tizne de antaño y las atípicas cabalgatas de carrozas, caballos o helicópteros -gestadas por mentes calenturientas- hibernarán hasta el próximo año, donde tal vez sean sustituidos por Melchor Skywalker, Gaspar Pálpatin y Baltasar Vader, con la Fuerza como acompañante. Y los niños al psiquiatra, presos de una confusión mental de mil pares de narices. Y hasta yo me haré con una espada láser para cortar, de forma simbólica, más de una cabeza impresentable y arribista. Puesto así, prefiero quedarme con la imagen de una modesta cabalgata, bajando por la rambla de Pulido y cercana a la plaza de Weyler, en donde vi por primera y única vez a unos ángeles auténticos con alas de cartón, montados en el camello que cerraba la comitiva. Añoranzas aparte, retomemos toda la andadura de este año, venga como venga, con sus tradiciones, reciclados y rebajas.

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