Ayer me desperté con la sensación de no haber dormido, cansado y un poco agobiado. Supongo que algo tuvo que ver una absurda pesadilla en la que me había convertido en un playmobil, viviendo en una sociedad playmobil. No se imaginan ustedes lo que sufre uno instalado en esa extraña sensación de rigidez, de incapacidad para articular movimientos más allá de un recurrente subir y bajar las manos, y torcer la cintura o la cabeza, sonriendo siempre, como si las cosas de la vida pasaran por uno sin afectarle. Porque un playmobil es como una marioneta sin hilos, obligada a hacer sólo lo que le manda hacer el niño que lo gobierna, sin esbozar jamás el más mínimo gesto ni decir palabra alguna. En mi sueño, miles de millones de playmobil llenaban un mundo ausente de nada que no fuera playmobil, reproduciéndose a la velocidad de 3,2 figuras por segundo, en un enorme recorrido sin fin. En mi sueño también me desperté (en una cama playmobil), me duché (en una ducha playmobil), desayuné (un desayuno playmobil en una cocina playmobil de una casa playmobil) y salí a las calles de una ciudad playmobil y cogí un taxi playmobil y en el taxi leí el periódico playmobil que el chofer playmobil llevaba en el asiento de detrás. En primera página, la imagen de un político playmobil al que habían elegido presidente de una región playmobil de un país playmobil, aplaudido por la mitad de un parlamento playmobil. Y entonces me desperté. Me duché, bastante azorado, me vestí, llamé por teléfono a un taxi y mientras esperaba que llegara me bebí un par de tragos de zumo de piña de pié delante de la nevera pensando en cómo debe de estar forrado el tipo que inventó los playmobil. Cuando el taxi llegó lo cogí y en el asiento de detrás estaba el periódico, y lo abrí y en la página 17, -¡horror!-, allí estaba el presidente playmobil de Cataluña, con su corbata playmobil, leyendo papeles playmobil y anunciando a sus colegas playmobil una legislatura de sólo año y medio. Y entonces me asusté de verdad y volví a despertarme. Por si las moscas, me pellizqué hasta sentir dolor. Y mire en mi teléfono mi número, vi un par de guasap de mi hermana, mire alrededor para comprobar que todo estaba en orden, la silla con la ropa que me quité anoche, con los zapatos debajo, el libro que dejé a medias, sobre la mesilla, el paquete de halls de menta... empecé a tranquilizarme. Me duche con agua fría, para despertarme del todo, y ya más relajado, llamé al taxi por teléfono, me tomé el jugo de bote de todas las mañanas y bajé a la calle, cogí el taxi, miré de reojo el periódico, volví a abrirlo por la página 17... y allí estaba, el playmobil de nuevo, bueno, en realidad era una foto del alcalde de Gerona, que parece un playmobil, pero no sólo él lo parece, ni sólo en esa página... todos me parecieron playmobil, el presidente Rajoy, el líder de la oposición, el izquierdista con coleta, el chico bueno con traje de chaqueta, la diputada canaria, la infanta, el banquero, el tesorero del PP, la Mérkel, el playmobil negro con lágrimas blancas, el playmobil coreano con su colección de bombas y los dueños chinos de la banca playmobil. Y así ando ahora, bajo el efecto playmobil, sin acabar de creerme que esté despierto de verdad. O a lo mejor somos todos, yo y todos los demás, sonriendo como idiotas, los que estamos dormidos, soñando que esto puede seguir así siempre...