Al amanecer del pasado jueves, un sonido indescifrable me sacó de lo más profundo de mis sueños. En un primer momento pensé que se trataba del despertador, pero supe que algo no iba bien cuando recordé que el mío emitía un ti-ti-ti-ti y no el llanto de una mujer. Intranquila, salí a la escalera y allí me encontré con las hermanísimas, doña Monsi y la Padilla, tratando de calmar a María Victoria, que, desde el suelo, lanzaba quejidos.

-Que alguien llame a un médico. Puede que sean gemelos -gritó Brígida.

-Qué gemelos ni qué ocho cuartos. Esta mujer lo único que puede expulsar son gases, así que mejor será alejarnos -sugirió la Padilla, y, por instinto de supervivencia, nos separamos unos metros.

-Por favor, no la podemos dejar arrinconada como si fuera un bicho infectado -pidió Brígida, todavía media somnolienta por el efecto de las pastillas que toma para dormir.

Con pena, se acercó a preguntarle qué le ocurría y María Victoria se le tiró al cuello, gimiendo palabras ininteligibles y mezcladas entre lágrimas y mocos.

Eisi, recién nombrado jefe de seguridad máxima del edificio, bajó inmediatamente al rellano del piso donde estábamos y colocó una cinta de prohibido el paso para separar a María Victoria del resto.

-¿De dónde has sacado esto? -le preguntó la Padilla.

-Eso no importa ahora. Conviene no acercarse a la mujer hasta que determinemos qué le pasa. Puede ser infeccioso o, lo que es peor, mortal -dijo, mientras se ajustaba el pantalón del pijama.

-¿Ha dicho mortal? -preguntó la Padilla, temiendo por la salud de Cinco Jotas, que acababa de salir de una alergia.

-Eh, quita esa cinta. Mi hermana está al otro lado -se quejó Úrsula.

-Pues lo siento por ella. No sabemos si María Victoria ha sido mordida -señaló Eisi, que había cogido un bote de Baygón, por si las moscas.

A punto de dar las seis, la puerta del edificio se abrió y, como todos los días, Carmela entró con las mellizas.

-¡No subas! -le advirtió la Padilla-. María Victoria está en el suelo malherida. Eisi cree que puede haber sido mordida y que va a morir.

-Señora, yo no he dicho eso -se quejó él-. Lo único que digo es que con esos quejidos desagradables podría haber sufrido el ataque de un zombi.

Aquella explicación nos asustó aún más y doña Monsi le exigió a Eisi que se deshiciera de aquella mujer.

-Señora, es una hipótesis. Hay que confirmarlo -apuntó él.

-No hay tiempo para comprobar nada. Estamos en peligro, así que haz algo de una maldita vez -le exigió.

Carmela propuso mandarnos por el ascensor el túper con los dos bistecs que se había preparado para el almuerzo.

-He oído que a los zombis les gusta la carne -dijo con cara de lástima al ver lo bien que le habían quedado pero pulsó el botón de subida-. Ahí van.

Eisi se encargó de recoger el envío.

-No sirven. Les falta grasa y sangre -dijo.

En ese momento, María Victoria se incorporó y se acercó, encogida de dolor, hasta la cinta que hacía de barrera.

-Señora, no dé un paso más o me veré obligado a hacerlo -le advirtió Eisi, apuntándole con el bote de flis.

-Necesito desahogarme -pidió María Victoria dando un paso al frente.

-¿Lo ven? Ha sido escuchar la palabra sangre y se ha puesto nerviosa -comentó Eisi, que, sin esperar una palabra más, destapó el bote, pero, justo cuando iba a presionar el botón, Brígida se interpuso entre los dos y aspiró todo el contenido. La mezcla con los somníferos la dejó profundamente dormida.

-¿Qué has hecho, insensato? -protestó Úrsula, dándole cachetadas a su hermana para que reaccionara.

-Oiga, que yo he intentado salvarla, pero la leona se ha tirado encima, así que a mí no me diga nada.

En menos de un segundo, empezó una discusión sin sentido que solo se detuvo cuando María Victoria gritó.

-¡Mi marido me ha dejado! Y me duele el alma.

Todos nos quedamos impactados por la revelación y tranquilos al saber que no era un zombi. Uno a uno nos acercamos a ella para reconfortarla en su dolor.

Antes de volver a su piso, doña Monsi le comunicó a Eisi que quedaba destituido de su nuevo puesto.

-Chiquito problema -murmuró él, subiéndose los pantalones del pijama.

@IrmaCervino

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