Aunque esté mal autocitarse, y sin que sirva de precedente, compartiré con ustedes el recuerdo de un artículo mío publicado en este mismo periódico hará de esto casi un año y titulado "Podemos arrepentirnos"; donde venía a decir, más o menos, que la política hay que tomársela en serio porque una cosa es la protesta callejera y el arrebato del momento y otra muy distinta volcar nuestra rabia, desilusión e incluso nuestra desesperanza en un sobre dentro de una urna que contribuya a cambiar, radicalmente, la opción política que nos va a dirigir no sólo nuestra vida inmediata, sino que podemos contribuir, con ese simple voto del cabreo, a redefinir el futuro de nuestro bolsillo, el de nuestra familia y, por extensión, el de todos los españoles.

Y mientras la cosa vaya de ver y de entender de distintas formas la política, la economía, o donde se pone el listón de los presupuestos o del débito nacional, la cosa anda tranquila: hasta ahora eso ha sido el bipartidismo. Tanto el PP como el PSOE se han ido alternando en la gobernanza de las entrañas del Estado con más o menos suerte, mérito, entrega y sapiencia. Con sus corruptelas, con sus lagunas negras, con sus alianzas con los nacionalistas, que andaban pregonando la independencia con la boca pequeña pero manteniéndose dentro de la legalidad vigente...; hasta que la maldita crisis irrumpió en nuestras vidas y haciendas y todo -al menos para la inmensa mayoría de los españoles- se fue a hacer puñetas, que diría el castizo.

Las directrices europeas con sus recomendaciones-imposiciones nos volvieron de un guantazo político-económico a la más cruda realidad; y esa mayoría silenciosa tuvo, tuvimos, que apretarse el cinturón hasta quedarnos sin agujeros; pero gracias a la contribución de esa mayoría de españoles de a pie -ahora se le llama sociedad civil-, conseguimos medio remontar el mal fario y las estrecheces, aunque pagando un enorme precio por ello.

Ahora hemos vuelto a votar y, se supone, que los nuevos partidos -sobre todo los que representan a la izquierda más radical- que han aparecido en el panorama político español con aires limpios, vírgenes, eufóricos y dispuestos con el mayor de los sacrificios a "salvarnos" de las siete plagas de Egipto -entre las que se encuentran la pérfida del bipartidismo, o la estela del régimen del 78, incluida, cómo no, la propia constitución-, ahora resulta que cada día que pasa -y tan solo hace menos de una semana que montaron el circo mediático en el Parlamento español con niño incluido-, nos enteramos de que la muerte del bipartidismo era tan sólo una cuestión política, que no ideológica, ya que están dispuestos -con la avenencia sonrojante e impúdica de un partido socialista que cada día que pasa perfila con más matices siniestros su propio suicidio- a dar la batalla ideológica para desbancar a la "derecha cavernaria" para implantar un bloque de "izquierdas populista" que, como todos los españoles sabemos, tan buen resultado está dando en países como la democrática Irán o Cuba, y no digamos lo de Grecia, donde el "compañero Tsipras" ya ha propuesto un recorte a los futuros pensionistas de un 35%, o la próspera Venezuela, donde, por cierto, el presidente Maduro acaba de decretar la emergencia económica del país, y eso que se supone que sigue dejándose aconsejar por los que ahora pretenden salvarnos a nosotros.

Como dice el chiste: Virgencita, mejor déjame como estoy. Total, para qué seguir inflando el globo si sabemos que nos puede explotar en la cara; porque estos que llegan ni son virtuosos, ni angelicales, ni honestos, ni fieles, ni patriotas, ni quieren a España ni a su constitución; no respetan las instituciones ni las formas, que en democracia lo son todo. Lo que quieren con avaricia sectaria es el poder. ¿Y a este juego de ambiciones es a lo que se presta el PSOE? Qué pena que dan. Y qué sola se queda España.

macost33@gmail.com