Cuando nos desprendimos del año pasado -porque el 2015 no lo acabamos, nos lo quitamos de encima- nos dijeron que el 2016 iba a ser mejor. El año de la salida de la crisis. Pero ¿saben qué? Me huele a chamusquina.

Parece que fue ayer. Aún veo la sonrisa del gato de Chessire de Zapatero, con esas dos cejas flotando ingrávidas, diciéndonos que no había crisis. Fue como si Noé se pusiera a la puerta del arca diciendo que lo que estaban cayendo eran cuatro gotas de nada. El tipo se fue y nos dejó a Montoro. Y las pasamos canutas. Nos han esquilmado a impuestos, nos han desangrado subiendo la fiscalidad de los bienes de consumo, de los combustibles, de la luz, del agua... Nos han ordeñado como a una vaca lechera. Cientos de miles de trabajadores se han ido a la puñetera calle sin esperanzas de volver a encontrar un empleo y miles de pequeños empresarios han cerrado sus empresas arruinadas por las deudas y los créditos.

Aquí sólo se han salvado las cajas de ahorro que quebraron los propios partidos políticos, las patronales y los sindicatos. Esas cajas donde los trabajadores se jubilaban con cincuenta y cinco años y el máximo de la cotización y los directivos con millones de indemnización después de haber hundido el negocio. También escapó el empleo público. Todos los que forman esa gran familia de tres millones de trabajadores de las distintas administraciones españolas que han seguido cobrando sus nóminas a salvo del naufragio y la muerte laboral que se vivía fuera del arca pública. Dentro hubo recortes, sí; pero estaban vivos.

Hoy, ocho año después, dicen los expertos que la paloma ha vuelto con una rama de olivo en el pico. Que se ve tierra y las aguas de la crisis se retiran. No estén tan seguros. El nivel de mediocridad en la política nacional supera la media histórica. Nunca España había tenido tanto demagogo inútil en el rutilante estrellato de los partidos. Si es verdad que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, el pueblo español, irreversiblemente afectado por un derrame cerebral masivo, tiene unas Cortes a la altura de sus méritos. Eso nos permite afrontar el 2016 con la certeza de que si hay algo que puede salir mal, la cuadrilla de incompetentes que mandan probablemente encuentre la manera de hacerlo.

La burocracia funcionarial y la gerontocracia política, que ahora comparten mesa y mantel con los nuevos usuarios de la partitocracia (los comunistas reciclados y los nuevos burguesitos) han vivido de nuestros impuestos. La crisis, para ellos, han sido recortes. Para nosotros ha sido la extinción de la especie de la clase media. Han sido las persianas echadas de las tiendas quebradas. Los negocios cerrados a cal y canto. Los desahucios por impagos de hipotecas ladronas. Ahora dicen que este nuevo año será bueno. ¿Para quién? La sombra de la marmota del Congreso dice que para nosotros seguirá el invierno.