Dado que mi anterior artículo publicado en estas páginas el pasado día 7, bajo el título "¿Estamos ante la tercera invasión musulmana?", suscitó numerosos comentarios, me veo en la obligación de redactar el presente artículo con la finalidad de aclarar mi criterio ante este asunto.

Empezaré diciendo que jamás he pretendido ofender a nadie. Simplemente he pretendido exponer mi opinión ante un asunto de plena actualidad, ampliamente recogido y comentado en la prensa. Mi comentario y mi preocupación se justifican ante la llegada incesante de inmigrantes musulmanes que acceden con una mentalidad y una finalidad distintas a la que podría esperarse de quienes, por distintas razones, buscan ser acogidos en un país de costumbres, leyes y religión tan distintos de los que ellos poseen sin tratar de integrarse con la sociedad elegida por ellos, sino, todo lo contrario, pretenden, poco menos, que imponer su pensamiento y forma de vida a los demás.

Veamos. Se calcula que en Europa viven unos 54 millones de musulmanes, de los que 1,8 millones residen en España. Pero estas no son más que cifras. Y las cifras no constituirían ninguna inquietud si estos inmigrantes mostrasen su interés, o al menos su disposición a integrarse adecuadamente en la sociedad que les acoge con generosidad. Sin embargo, ocurre que la inmensa mayoría de ellos apenas muestran deseos de intentarlo. La lealtad de esta mayoría de musulmanes para con el Islam es mucho más importante que su lealtad para con el país de acogida.

En el momento actual no se trata de hacer pedagogía, entender al otro, favorecer la integración, aceptar la diversidad, enriquecerse con su presencia, etc. Eso sería lo deseable de una cultura que, por diversas razones, se está instalando en nuestra sociedad, tan alejada de sus costumbres, religión, etc. Aquí de lo que se trata es de saber si queremos que la ley islámica se convierta en la ley que rija nuestra sociedad y controle nuestras vidas, o si, por el contrario, queremos seguir siendo soberanos de un país de hombres y mujeres libres. Hablemos claro: la inmensa mayoría de los musulmanes instalados en países europeos, incluido España, se sienten, ante todo, musulmanes, se identifican con su país de origen y no tienen el menor interés ni voluntad de integrarse en una sociedad de la que se sienten totalmente extranjeros, a la que, además, desprecian sin el menor disimulo.

Todos esos musulmanes que han sido acogidos en algún país de la Unión Europea, dándoles la nacionalidad del mismo, son ciudadanos de Europa, con derechos y deberes y, sobre todo, con muchos privilegios. Pero pese a todas estas ventajas que les otorga el país de acogida, son europeos "porque lo dicta un papel", pero nunca pertenecerán, salvo excepciones, a la civilización europea, por incompatibilidad total con el Islam. Su cultura, su religión y costumbres nada tienen en común con las existentes en los países de la vieja y cristiana Europa.

Hay que ser muy iluso para creer que mediante la educación sería fácil cambiar la mentalidad de estas personas para integrarlas en nuestros valores. Ninguna educación es capaz de conseguirlo, pues para ellos la única educación aceptable y posible es la que proviene de la sharia, la ley sagrada del Islam, todo lo demás es rechazable.

Sería bueno que se modificara la legislación existente en la Unión Europea para que las personas que pretendan vivir en Europa se comprometan a respetar nuestras leyes, religión y costumbres. Por nuestra parte debemos ser tolerantes con quienes lo son con nosotros. No podemos serlo con los intolerantes, con los fanáticos religiosos ni con los violentos que pretenden imponer sus ideas y conculcar nuestros principios y valores con el objetivo premeditado de islamizar nuestra civilización cristiana.