Todos los días nos levantamos inquebrantables para luchar por un trozo de pan con el que poder llenar nuestras bocas. Nadie, absolutamente nadie, nos dio un teorema o una razón irrefutable con la que poder sobrevivir: nadie nos enseñó, ni tampoco nos dijeron que esto fuese fácil. Quizás, tampoco lo pretendíamos. Confiábamos en nosotros y eso nos bastaba.

Confieso que a veces es duro digerir todo esto que nos sobrepasa a menudo -miro a los ojos de mis hijos y pienso: debes de seguir luchando por ellos-. Sin embargo, cuando las fuerzas parecen flaquear, una mujer o un hombre que se precie sabe que debe coger todo aquello que le pertenece, triturarlo todo en una inmensa e incomestible bola y tragársela, poco a poco, mientras que sus hijos viven en ese mundo casi perfecto que no somos capaces de destruir.

Hablo en defensa propia. Hablo porque tengo la irremediable necesidad de respetarme, es decir, de respetar a cada uno de vosotros, querido lector, que semana tras semana, se deja la piel detrás de estas líneas, luchando, trabajando, sobreviviendo: quizás, porque no nos queda otra opción, quizás porque no queremos otra alternativa.

Y hay días en los que empuñar una pluma se hace difícil. Y se me sobrecoge el pecho a manos llenas cuando oigo hablar de una anciana que es desahuciada porque debía ciento seis miserables euros, mientras que otros niegan ser hacienda o les encuentran ciento cincuenta mil euros en billetes de quinientos y no pasa absolutamente nada. Todos somos iguales ante la ley, dicen. Mientras se frotan las manos a costa de nuestro sudor y hacen números sobre nuestras decapitadas cabezas. También, a veces, se me hace difícil ver como los negros piden un trozo de pan en las aceras, mientras que recuerdo a mi padre -negro-, cuando nos contaba cómo los grises marcaban su espalda por el mero hecho de ser de otro color, con apenas veinte años en los bolsillos y su piel negra, recordad, negra como el alquitrán -a esto sí se le puede llamar represión del sistema y no utilizar otros eufemismos, menos cuando tienes a favor a todo un estado democrático, de derecho y social que respalda tu seguridad jurídica. Y, a pesar de ello, sales a la calle, como si fueras de botellón o de excursión, con tus colegas de toda la vida, a según tú, liarla-.

Y, sin embargo, sólo me queda la certeza que estas torpes y torvas manos que han escrito este artículo han sido a propósito de usted y de mí. Que está dedicado a todos aquellos que, como el que aquí suscribe estas palabras, está cansado de tanta injusticia y de tanta incompetencia. Que tenemos voz y que podemos decidir por nosotros solos. Que no queremos que nos olviden en el mismo instante en el que nuestro voto fue arrojado a las urnas -en otro argot, quizás, debería decir: arrojado al contenedor de basura-.

Este artículo ha sido escrito única y exclusivamente para todos aquellos que son de carne y hueso y que, de una forma u otra, sufren esta mezquina y miserable crisis que no podrá con nuestros sueños, ni con nosotros. Que no podrá con la paz, ni la palabra.

@guillermodejorg